El rinoceronte atrapado

El rinoceronte atrapado

¿Quién no ha visto “El día de la Marmota”? Veo útil empezar este post haciendo referencia a esta peli porque ayuda a que te pongas en situación. Recordarás ese amanecer recalcitrante del protagonista atrapado en un bucle insoportable.

La vida en la cárcel es en parte así. Está totalmente minutada y sujeta a estrictos horarios. Un recital de monotonía programada. El comienzo de las comidas y las comidas en sí, los espacios tediosos que pisamos día tras día, los contornos de la celda y sus enseres, el abrir y cerrar metálico de las puertas blindadas a tu paso y tras de ti, las eternas colas para llamar por teléfono, las deseadas aperturas del economato, el recuento sempiterno, el inicio puntual de las actividades y los destinos (tareas asignadas a cada recluso), las “instancias” para pedir cualquier cosa sólo a las horas permitidas...7 días a la semana, 365 días al año “NON-STOP”.

El módulo en el que vivo está poblado por unas 100 reclusos. Cómo decía, deambulamos en una especie de centrifugación diaria al son de una insidiosa rutina a golpe de megafonía: “inicio de actividades”, “dietas general y musulmán”, “cartas”, “instancias”, “se cierran las puertas”, “actividad deportiva”, “suban a celdas”, “medicación”, “recuento”, “Magantito, Sotanito y Fulanito...”, etc.

Imaginaros hasta qué punto es así, que un interno me contaba que, en su primer permiso tras estar varios años encerrado, cada vez que escuchaba en un supermercado o centro comercial la megafonía, pegaba un respingo y prestaba atención por si decían su nombre. Puede parecer gracioso, pero os confieso que este tipo de secuelas me ponen en alerta, porque yo no es que haya venido a pasar aquí un par de semanas y me pregunto de qué manera me afectarán lo que por aquí llaman fobias de preso.

Una de las personas con las que más hablo aquí dentro, de amplia cultura, sólidos valores y dureza casi demente es M. Un hombre serbio del que hablaré más adelante y a quien considero un tipo interesante y un amigo. Hablando de este tema con M, me contó una historia con moraleja que me hizo pensar mucho. Una vez, visitaba el Bioparc en Valencia y se quedó intrigado por el comportamiento aparentemente inexplicable de un viejo rinoceronte. El animal disponía de un amplio espacio donde campar, sin embargo se movía en un círculo diminuto y casi perfecto que él mismo había dibujado sobre el terreno con su pesado y repetitivo caminar. Tras un largo día con la familia en el parque y movido por una repentina curiosidad, por la tarde no pudo evitar volver a visitar al viejo rinoceronte comprobando que seguía en su devenir circular con idéntico recorrido, aunque esta vez más despacio. M se quedó impactado al ver al animal sujeto a ese reducido periplo cuando el resto de la manada disfrutaba de un espacio amplio que simulaba su hábitat natural y decidió preguntar a uno de los empleados del parque por el extraño comportamiento del Rinoceronte:

Pues sí, verá, el pobre animal “trabajó ” durante mucho tiempo en un circo antes de acabar aquí y vivía en una celda circular que le debió dejar secuelas para siempre.

Casi nada la metáfora. Tan oportuna como inquietante. A mí, esta historia me advertía de lo cuidadoso que debía ser con esa monotonía que describía al comienzo del post. Aunque si lo pienso bien, es también fuera donde me he sentido a veces como ese rinoceronte, ¿vosotros no? La inercia de la vida nos provoca una miopía que no nos deja ver más allá del camino que a fuerza de recorrer se ha convertido en confortable. Un camino predecible que nos aleja irremediablemente de lugares llenos de oportunidades.

La cárcel te da perspectiva. Un descalabro vital te puede ofrecer un ángulo privilegiado desde el cual contemplar tu vida. Aunque abruptamente, la prisión no sólo detuvo mi vida y me alejó de todo lo que quería con el consecuente sufrimiento, sino que además acabó con ciertas rutinas que ciertamente me tenían secuestrado. Mi dependencia a las redes sociales, mi estúpida adicción al móvil, mi obsesión al trabajo, mi priorización sistemática de cosas que no son verdaderamente importantes y una larga lista.

Adoraba mi vida, que no se me malinterprete. Me consideraba y me considero inmensamente afortunado, pero lo confieso, gracias a esa perspectiva, contemplo a un Isaac muy mejorable con él mismo y con los demás. Un mejor padre, un mejor hermano, un mejor hijo y un mejor amigo. Lo paradójico es que se ha tenido que “detener” esta vida trepidante para poder contemplar retrospectivamente variables de mi “ecuación vital” que antes no era capaz de reformular. Pienso que ese recorrido de mejora es una de las cosas que me levanta ilusionado cada mañana. Es a lo he llamado “la buena lucha”.

Si estás sufriendo una situación difícil, sea cual sea, tendrás a buen seguro que readaptar tu vida a las nuevas circunstancias y en ese ejercicio te verás obligado a abandonar cosas que amabas. Eso duele, te aseguro que te entiendo. Sin embargo, me gustaría que contemplaras la posibilidad de que esa obligada reformulación de tu de tu vida, de ahora en adelante, pueda ser una oportunidad para dejar atrás tu peor parte y pueda “obligarte” a liberarte de ciertas cosas que te mantenían secuestrado.

Fíjate en el significado que le dan los chinos a la palabra “Crisis” (aunque suene a augurio de horóscopo para adolescentes :D):

Todas la crisis tienen dos elementos: peligro y oportunidad con independencia de la peligrosidad de la situación, en el corazón de cada crisis se esconde una gran oportunidad. Abundantes beneficios esperan a los que descubren el secreto de encontrar la oportunidad en la crisis”

Y sí, yo también lo tengo claro, la adversidad jamás es deseable. Las desgracias mejor lejos. Si me dieran a elegir entre recuperar mi vida o haber entrado aquí dentro elegiría una v mil veces recuperar mi vida, pero no puedo evitar pensar que tal vez sea la adversidad un sorprendente remedio para que nuestro viejo rinoceronte deje su terca vida en círculos y se una de una vez por todas a la manada.

Ilustración de mi compañero Antonio Noguera, alias “Rufo”

Ilustración de mi compañero Antonio Noguera, alias “Rufo”

Avituallamiento emocional en la adversidad

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La buena lucha

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