Mindfulness en prisión

Mindfulness en prisión

[...] Y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes.... Los futuros tienen una forma de caerse en la mitad. [...]

Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma en lugar de esperar a que alguien te traiga flores. Poema “Y uno aprende” José Luis Borges.

Mindfulness, si lo traduces literalmente del inglés diríamos que significa “mente plena” pero sin embargo, el término proviene de la palabra “sati ” y significa “atención plena” en el idioma palí. El palí es una lengua relacionada con el sánscrito. La “atención plena”, como concepto, proviene del budismo y la meditación.

Reconozco que cualquier cosa que recuerde a plenitud, puede parecer un intruso pretencioso en un territorio narrativo tan sombrío como la cárcel. Y aunque el punto de partida de esta historia consistió en una condena de cárcel que interrumpía mi vida, mi libertad y cualquier posibilidad de plenitud, os prometo que es justo en ese ahí donde empecé a caminar hacia el mindfulness. Antes de entrar en la cárcel, llevaba tiempo intentando hacer caso a las buenas recomendaciones que mi amigo Jimmy Pons me hacía a través de su maravilloso libro “¡Pásate al modo avión! Mindfulness ejecutivo para humanos ultraconectados”. Lo que había leído me atraía poderosamente, pero el típico y cobarde “mañana empiezo” de siempre iba posponiendo la tarea un día tras otro, hasta que un buen día, en medio de esa vida de cosas tan supuestamente importantes, me vi aquí dentro, en prisión. Aclaremos que no soy un experto en la materia, ya quisiera, y empecemos por explicar que el mindfulness no es algo que se obtenga así de pronto, es un largo camino que recorrer, una interminable lección que aprender, un estilo de vida. Y aquí, en prisión, aún sin posibilidad alguna de viajes ni tierras que descubrir, me pongo a buscar desesperadamente una mirada nueva, más original, más clara. Un mirada mindfulness. Os cuento mis primeros hallazgos, porque esto no ha hecho más que empezar.

Primer hallazgo: Despierta dulcemente o sobresaltado, pero despierta.

Lo primero que necesitamos para ponernos en marcha en esta aventura es despertar. Un despertar que tiene que ver con un interés sincero por nuestro yo más íntimo. Son los susurros de esa voz interior persistente y misteriosa que de pronto se puso a gritar. Un despertar que no siempre va a depender de tu voluntad. Un despertar que puede ser como una conclusión a la que llegas de pronto, tras un cambio brusco en el guión de tu vida, tras un golpe inesperado, como esta cárcel. O también puede ser el resultado de un peso insoportable que se ha ido acumulando sigilosamente en tu mochila emocional a lo largo de tu vida. En todo caso, es un “basta” a flor de piel, un “no quiero seguir así”, un “no me gusto”, la vida es otra cosa, es atreverse, es agradecer, es aceptar, es amar, es arriesgarse... Despertar, es romper esta perversa dinámica triangular en la que a menudo nos encontramos: pienso una cosa, hago otra distinta y aparento la contraria.

Como decía Marco Aurelio, no deberíamos tener miedo a la muerte, sino a no empezar nunca a vivir.

Segundo hallazgo: Conquista un territorio independiente en tu interior.

De hecho, nuestro interior es el único lugar donde podemos encontrar verdadera independencia, verdadera libertad. Piénsalo por un momento, si simplificáramos nuestra vida en una ecuación simple, podríamos decir que se compone de tres variables principales: nuestro mundo, nuestro cuerpo y nuestra mente; y las tres están atadas fuertemente a nuestro Yo. Sin duda, la que más depende de nosotros y de nuestra voluntad es la mente. En ella sentimos, decidimos, llegamos a conclusiones. La meta lejana a la que llegan unos pocos iluminados sería que, independientemente de lo que ocurra en nuestro mundo y en nuestra dimensión física, fuéramos capaces de construir en nuestro interior una estructura de pensamiento independiente de lo que pasa a nuestro alrededor. Obviamente, yo aún estoy a años luz de este dominio, pero intuyo que es algo a lo que debo tender. Por ejemplo, ante la extrema circunstancia de estar en la cárcel, tu mente puede ser un espacio de liberación en el que no haya carcelero capaz de apresarte. Lo que hago es absorber en mi naturaleza todo lo que me ha sucedido, intento que pase a formar parte de mí, aceptarlo sin queja, miedo o resistencia. Si ese empeño, o si esa lucha, te acompaña ante cualquier adversidad, tienes mucho ganado. Como si el sufrimiento u otras emociones fueran vientos volubles y yo un marino. Solo tengo que entenderlo para después navegarlos convenientemente. Y para ese tipo de navegación turbulenta, me ayuda el siguiente hallazgo.

Tercer hallazgo: Acepta. Todo fluye. Todo está bien.

Lo más difícil es decirle a la mente qué tiene que hacer con las emociones. Aceptarlas. He aprendido que no hay que rechazarlas, ni siquiera cuando hacen daño. Lo que hago es, primero observarlas y luego etiquetarlas (sin juzgarlas, ni tan siquiera comprenderlas). Llegan, me atraviesan y se van. Tristeza, ira, alegría, deseo, ilusión, frustración, ahí están, pienso que, como todo, también tienen su ciclo de vida; nacen, viven y mueren. Doy un paso atrás y me bajo de la escena para ponerme a mirar esta obra con plena atención, ahora soy un espectador. Esta es la única forma de observar. Tampoco es fácil y nadie dijo que lo fuera. Requiere ejercicio. Me detengo, calmo mi mente y respiro. Soy espectador y no actor. El actor (yo de lejos) se enfada, se alegra, se entristece, se frustra y se desespera. Y el espectador (yo de cerca) le observa, siente un reflejo de lo que siente ese actor, un reflejo que es más fácil de etiquetar y dominar.

Está bien si pasa y está bien si no pasa. Aparece la sensación de que todo está bien. Soy parte del fluir. Uso la respiración, uso la meditación y aprendo a relajarme. Al principio no lo consigo, no siempre lo logro, pero sigo en el camino, me lo exijo. No la domino, pero ya conozco la sensación. Me siento en sintonía, soy parte de un plan que me trasciende, siento una extraña sensación de abundancia… Aquí, en mi celda.

Cuarto hallazgo: Céntrate al máximo en lo que estás. Enfoque y atención.

Tengo un capazo de defectos, uno de los que más problemas me ha traído es lo enormemente despistado que soy. Cómo dicen mis amigos, me “empano” con facilidad... Siempre me ha costado prestar atención, sujetar al mono loco que todos llevamos en el coco. En clase, cuando no me interesaba la temática que se impartía, me resultaba muy difícil concentrarme y soy de esos que tienen que hacer un esfuerzo extra para, por ejemplo, concentrarse en lo que está leyendo. Os cuento esto, para que sepáis que este punto me cuesta especialmente, pero me esfuerzo por mejorar. Además, estoy en la cárcel y os puedo asegurar, que ante este panorama de lo que menos tienes ganas al principio es de recrearte en el momento, solo piensas en huir. Sin embargo, con el tiempo empiezas y aprendes a hacer de la escasez virtud. El círculo de cosas con las que disfrutar se estrecha y terminas conformándote felizmente con muchas cosas que antes te parecían irrelevantes. Aprendes a prestar una atención nueva más sensible. También a diversificar tu apuesta y no jugártelo todo a "lo mejor está por venir", porque es un mensaje alentador, pero tiene algo de eslogan embaucador, como de campaña electoral… Me centro en el camino, aunque sea escarpado y con curvas, intento no perderme las escasas flores que me voy encontrando e intento fijarme más en ellas que en el jardín prometido. Y como aquí no hay horizonte alguno, me resulta más sencillo concentrarme en cada uno de los pasos. Vivir posponiendo las posibilidades del ahora es una cagada. Esto lo expresa a la perfección una expresión tibetana que dice que si cuidas los minutos de tu vida, los años se cuidarán por sí mismos.

Es cierto, que en el caso de un preso, la libertad representa el acceso a una infinita lista de deseos que crece cada día de cautiverio y todo tiende a proyectarse en ese momento y, por eso, tengo que hacer un esfuerzo de enfoque y concentración, apartando poco a poco todo lo que me impide exprimir esta peculiar etapa de mi vida. Aprendo a disfrutar también de las cosas diminutas y aparentemente irrelevantes. Lo hago estrictamente, sin duda imaginando también el escenario de libertad que tanto espero, pero atento al ahora, a este mismo instante en el que escribo, en la soledad de mi celda y en el que lucho por hacerlo con todo mi corazón y mi cabeza, disfrutando como si no hubiera una cosa mejor que hacer en este momento. No es fácil focalizarte en lo que estás haciendo sin que tu cabeza se desparrame por tu pasado o por tus planes de futuro. Esto también requiere de entrenamiento. “1,2,3, concéntrate. 1,2,3, atento. 1,2,3, escucha. 1,2,3, olvida esos putos barrotes”.

Quinto hallazgo: Agradécete.

Y para empezar a disfrutar del momento y de las pequeñas cosas, hay que empezar por aprender a agradecer. Estamos acostumbrados a quejarnos. De la misma forma que le reprochamos al universo todo lo que no nos sale según los planes, se nos olvida agradecerle cosas esenciales como haber nacido, amar y ser amados o simplemente ser “libres”.

Recuerdo lo exagerado que me parecía que mi abuela Judith, tan buena y devota, siempre tuviera en la boca un “gracias a Dios” para las cosas más insignificantes. Algo de eso debe haber en la emoción y gratitud que yo siento ahora ante una puesta de sol acuchillada de barrotes, bajo un trozo de cielo raso cercado de muros o con el abrazo herido de mi familia en esos apresurados vis a vis. Gracias a Dios, gracias al universo. Gracias por cada momento. Gracias.

Sexto hallazgo: Vive del usufructo.

Cuando disfrutamos algo que no es nuestro, que nos han prestado, que hemos alquilado, que no nos pertenece por contrato, tendemos a exprimir su uso, a concentrarnos en su disfrute, sin tanto miedo a gastarlo ni a perderlo. Lo hacemos porque somos conscientes de su valor efímero. Sin embargo, nos volvemos gilipollas frente a un contrato en el que supuestamente adquirimos algo. Se nos olvida por completo esa cláusula divina que tienen todos los contratos que nos recuerda que TODO SE TERMINA, qué nada es para siempre. Esa es la gran felonía del tener y suerte tiene el que tome conciencia de ella. La sociedad nos empuja a tener, a acumular, a poseer, a ser más... En la cárcel, despojado de todo, lo que echo de menos es tumbarme en el césped junto a mi amor, un paseo con mis hijos en la playa, un baño en el mar, el abrazo de mis padres en libertad... Lo material no es lo esencial.

Cuando era niño, mi madre me echaba unas broncas que te cagas porque regalaba los juguetes. Jamás he conseguido ahorrar porque siempre tenía algún viaje que hacer o alguna aventura en la que invertir, jamás me ha interesado el dinero y cuando lo ha hecho me he sentido enfermo. Y ahora, manda cojones, estoy en la cárcel por un caso de corrupción en el que no se me acusa de haberme enriquecido. Y ahora, en la cárcel, con los bolsillos vacíos, sigo en mis trece y no hago más que atornillar esta idea; “No es más rico quien más tiene sino quien menos necesita” Estoy seguro de que conseguir tomar conciencia plena y ejercitar esta enorme verdad, representa uno de los  mayores activos que un hombre puede poseer.

Y de pronto, empiezo a mirar al deseo con cautela porque es el peor enemigo de esta idea. El deseo es apego y dependencia. Es un instinto del que disfruto pero le vigilo con el rabillo del ojo, no me fío. El deseo depende de lo de fuera. La entrega en cambio es amor y libertad y depende de nuestro interior.

Me encanta como expresa esta idea el Nobel Herman Hesse, autor de Siddartha, en su relato “El Caminante” donde dice “¡dichoso el campesino! ¡Dichoso el propietario, ¡el virtuoso!, ¡el sedentario!....puedo amarle, puedo respetarle, puedo envidiarle. Pero he perdido la mitad de la vida intentando imitar su virtud. Quería ser lo que no era. Cierto que quería ser poeta pero, al mismo tiempo, un ciudadano. Quería ser artista y un hombre de imaginación, pero también tener virtud y disfrutar de la patria. Tardé mucho tiempo en saber que no se puede ser y tener las dos cosas a la vez... ”

Séptimo hallazgo: Asegura refugios donde hacerte fuerte.

Tu despacho antes de que llegue nadie, un asiento en el parque, tu carrera diaria, el paseo con tu perro, la tranquilidad madrugadora cuando todos duermen... Zonas francas que te aparten durante un rato del trajín que siempre acarreas y que te permitan tener una reunión sincera y seria contigo mismo y, si lo encuentras, con ese yo universal del que ya te he hablado y que nos trasciende. Yo he convertido la celda en mi refugio y tantas horas de encierro son el marco ideal para conocerme mejor, para ejercitar la meditación. Además de encontrar esta zona franca aislada y silenciosa, es importante encontrar espacios o actividades que te hagan sentir bien y sobre todo que formen parte de tu rutina. El deporte, la buena alimentación o la creatividad, son elementos que nos ayudan a sentirnos bien y favorecen que nuestra mente esté sana, preparada y abierta a seguir nuestro plan.

Octavo hallazgo: Engaña a tu naturaleza negativa.

Una de las principales dificultades que se interpone entre nosotros y el estado de mindfulness reside en nuestro ADN. Si os fijáis, al cabo de la jornada, no conseguimos que las experiencias positivas del día, como el abrazo de un hijo, una buena charla, el sol templado en la cara, respirar aire fresco, una caricia o incluso un orgasmo ordinario, se fijen en nuestras sensaciones y perduren. Nos cuesta retenerlas, se deslizan suavemente por nuestras sensaciones: llegan, acarician y se van. En cambio, las experiencias negativas, por poco que impacten en nuestra vida, se anclan a nuestro pensamiento y a nuestro subconsciente y consiguen perdurar, enraizando con más facilidad. Si en un día nos han pasado nueve experiencias buenas y una mala, no tengáis duda, nos llevaremos a la cama la mala y seguramente amanezcamos con ella. La misión es invertir este proceso, pero no es fácil porque está en nuestro código genético. Se trata de un regalito envenenado de la madre naturaleza. Nuestro cerebro está diseñado para aprender más de las experiencias malas que de las buenas y este legado nos lo ha dejado la jungla en la que vivían nuestros antepasados, repleta de amenazas y en la que aprender de los errores era simplemente cuestión de vida o muerte. Se trata de una especie de minusvalía universal de nuestro aprendizaje, causada por toda una era en la que ha reinado la ley de la jungla. Por tanto, esto va de “desaprender” y engañar a nuestra naturaleza, y eso no es fácil. Lo primero es tomar conciencia y decirle a tus pensamientos todos los días:

“No me jodas, aprende a sumar, proporciona el balance, tu a mi no me engañas, que entre lo bueno y salga lo malo…”

Yo lo hago a diario y estoy en la cárcel, porque en la cárcel también pasan cosas buenas, y me esfuerzo en capturar tres o cuatro, al menos, cada día. Las reproduzco, las acaricio, las digiero, las colecciono, las conservo, me las unto en las heridas.

Noveno hallazgo: Haz del Amor tu principal energía

El Amor al que me refiero no tiene que ver nada con el deseo. El deseo encadena, el amor libera. Esto suena muy hippie, lo reconozco, pero si hablamos de mindfulness hemos de hablar de amor y de compasión. No es casualidad, que de una manera u otra, el amor represente un pilar fundamental en la mayoría de las religiones reveladas. El amor es para empezar, intentar eliminar la más mínima sensación de superioridad, independientemente de quien te rodee, incluso si estás en la cárcel.

Miro a mi alrededor y contemplo la debilidad con compasión, pero no con la compasión del que mira desde arriba, sino del que se pone en el lugar. Del que se siente parte. Del que contempla al hombre idéntico, al hermano, al niño que un día fue. El amor es más importante incluso que la justicia, que el coraje y, por supuesto, que el orgullo. Y tomar conciencia de ello puede ser tremendamente liberador. Yo, por supuesto, que no lo consigo siempre, pero cuando lo hago, siento que conquisto una parcela pequeña pero digna en el corazón mismo de la derrota. El amor para mi es confianza. Tienen confianza las personas sencillas, ingenuas, el niño, el sano, el inocente... Yo busco confiar, conectar.

Cuando alguien me encabrona, me enfada, me molesta de algún modo, intento pensar en la idea de que las personas en general se comportan “lo mejor que pueden” en cada momento. Intenta hacerlo tú también, hazlo con tu amigo, con tu hermano, con tus hijos o con ese desconocido que parece idiota. La cárcel es el mejor lugar para forzar esta perspectiva. Conoces al criminal, pero si estás atento y abierto, también al animal asustado que simplemente no supo encontrar otra forma mejor de hacer las cosas. Le acorralaba la necesidad, la avaricia o la confusión. Suelen ser infelices, no se gustan a sí mismos y su verdadera condena es el resentimiento, la culpa o la vergüenza, más incluso que la propia cárcel.

Es fascinante llegar a entender el amor como una energía que está dentro de nosotros y lo ilumina todo. Una energía que nos empuja a decir: “¿Cómo puedo ayudarte? Estoy dispuesto a escucharte, aquí me tienes”. Amor sin cálculo de a quién, de qué o de a cambio de qué.

Vuelvo a repetirlo, yo no lo he conseguido, pero estoy en ello. Y para llegar aquí, a este comienzo, estoy teniendo que atravesar selvas de arrogancia y prejuicios.

Bibliografía:

Dejar ir - Dr. David R. Hawkins

Zen en la plaza del mercado - Dokusho Villalba

Mindfulness para ejecutivos - Jimmy Pons y Phil González

Vipassana - J. Goldstein y J.Kornfiedl

Manual de las 9 revelaciones - James Redfteld

Resiliente - Rich Hanson

El caminante - Herman Hesse


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