Cocoliso, un talento por sorpresa

Cocoliso, un talento por sorpresa

Creo que a estas alturas todos los que sigáis mis relatos desde prisión conoceréis mi afán por la guitarra y en qué medida supone uno de los recursos que más me consuelan y me acompañan aquí dentro.

Ese dichoso plan del que os he hablado me obliga a forzar con determinación esta tremenda situación hasta llegar a encontrar algunas oportunidades. Este ejercicio no es nada fácil, es tremendo estar aquí dentro, no os imagináis hasta qué punto. Mantener un buen ánimo para sonreírle a esta situación a veces me resulta una exigencia ridícula e imposible, sin embargo, cada día tomo más conciencia de que es justo en ese punto donde reside el verdadero desafío. Un desafío que se ha convertido en cotidiano, una prueba de fuego diaria a la que me tengo que enfrentar.

¡Cómo es la vida!, ¿verdad? Siempre quejándome ahí fuera de la falta de tiempo y ahora la vida me pone enfrente un banquete de horas como para empacharme. Tiempo al que buscar sentido, tiempo que he de conquistar antes de que me conquiste él a mi en forma de reproches o de feroz espera. ¿Mis recursos? Un montón de libros por leer, cientos de historias que narrar, infinidad de cosas que aprender, mucho que perdonar, un hombro para arrimar, miles de vueltas que dar, familia y amigos a los que alentar y una guitarra con la que tocar. Con eso he de vivir y no me resigno a hacerlo intensamente.

Entendedlo, tengo que verlo así, mi vida no se ha detenido, sigo siendo feliz con mayúsculas y doy gracias a Dios por respirar y por cada uno de mis días aunque sea entre barrotes. Es más, no tengo ninguna duda de que mi capacidad de disfrutar de lo que la vida me ofrece ha aumentado. No hay trucos, lo único que hago es concentrarme todo lo que puedo en el “cómo disfrutar” en lugar de en el “qué disfrutar”. Eso uno lo aprende bien cuando se enfrenta a un deseo intacto de seguir disfrutando a tope de la vida habiéndosele echado encima la privación de libertad o algún otro tipo de escasez o limitación severa. Lo he decidido así y me va la vida en ello. Me he convencido, me he sugestionado, me he seducido, me he empoderado o, si quieres, me he mentido, pero es una decisión firme. Si vas a tirar a canasta y consigues que tu voz interior te hable con firmeza diciéndote “la vas a encestar, la vas a encestar, la vas a encestar…” puede que no lo consigas, pero la probabilidad de éxito será sin duda mucho mayor que si no hubiera voz ni convicción.

La guitarra, como os decía, me quita muchas horas de cárcel ofreciéndome la oportunidad de hacer algo que amo y de lo que disfruto. Tengo un amplio y esquizofrénico repertorio que suelo tocar y cantar solo o en compañía y que crece gracias a las partituras que pido por correspondencia en función de canciones que de pronto me apetece tocar o que me piden otros reclusos. Sin embargo, lo que a mi realmente me gusta es el blues, con el que disfruto improvisando lo poco que sé. También enseño a otros presos que están empezando y entre los cuales hay alguno que avanza a pasos forzados para mi enorme satisfacción. Lamentablemente, en lo que se refiere a aprender, estoy estancado, porque los que tocaban por aquí solo le daban al flamenco. Ni rastro de blues, ni de rock. No había nadie de quien aprender.

En la cárcel, uno llega a un estado en el que el sistema nervioso se acomoda al nuevo medio y esa primera sensación de mezcla de curiosidad, miedo y angustia que se apoderaba de ti al principio se llega a convertir en un estado de tranquilidad e incluso de aburrimiento. Situaciones que desencadenaban una corriente de adrenalina en mi torrente sanguíneo, dejan ahora que la sangre continúe con su ritmo sosegado. Es entonces cuando deseas a toda costa que vuelvan a pasar cosas que consigan hacerte sentir vivo, cosas como haber conocido a Mijail.

Yo soy un hombre despistado, pero nada que ver con la empanada mental de Mijail, un ruso cincuentón que aterrizó en el módulo silenciosamente. Hubiera pasado totalmente desapercibido sino fuera por su fama de maestro de ajedrez con el que parecía insensato intentar batirse y por su peculiar delito. Mijail estaba condenado por atentado contra la autoridad. Le había pegado un cabezazo a un policía nacional que, según él, le había tratado con desprecio e insultado durante un control rutinario en la estación de tren de Murcia. Su condena le confería cierta heroicidad entre los demás reclusos, ya sabéis que la policía por aquí suele estar muy mal vista.

El ruso este tiene los cojones bien puestos”

“Cuidado con el ruso que tiene un par de huevos”

“Ese tío le rompió la nariz a un madero…”

Con un aspecto introvertido y serio, pasea su cabeza afeitada y su cuerpo rechoncho por el patio y en su vaivén su calva brillante parece un yo-yo recién estrenado. Pasea agarrándose las manos a la espalda, estirando sus hombros hacia atrás y alargando exageradamente sus zancadas con aire marcial. Los cabrones de mis compañeros le llaman Cocoliso, hay que ver lo que hace el aburrimiento…

Yo le observaba y le tenía en mi radar, pero nunca había tenido una charla con él en el mes que ya llevaba entre nosotros, pero entonces mi suerte cambió. Una tarde lluviosa, andaba yo consultando el código penitenciario en la sala de lectura mientras hacía un recurso para un preso cuando Mijail se acercó a mí. Con un español deficiente y un marcado acento ruso me preguntó educadamente y, con un tono de voz casi inaudible, si se podía sentar un momento. Sin dudarlo, le indiqué que lo hiciera y tras acomodarse en la silla pasó a hacerme una consulta legal acerca de sus permisos. Me tomé mi tiempo y me afané en contestar despacio y esquemáticamente hasta asegurarme de que lo había entendido y le ofrecí mi ayuda para hacerle los trámites. Se sintió evidentemente satisfecho con mi explicación y mirándome con sus ojos de porcelana azul y sus rasgos de ruso inconfundible me espetó un “Ya entendido. Yo mucho lío tener. Tu buen muchacho. Muchas Gracias.”

Entonces se levanta y vuelve al rato con un té para él y otro para mi y entonces, como si fuéramos amigos de toda la vida, empieza a contarme una historia de desgracias sobre un hospital y su hija, un alquiler que no puede pagar, un trabajo en el que era muy jefe, y una vida ahora hueca que iba a ser fuegos artificiales y que ha terminado a oscuras. No parece exagerar, la verdad. Sabe, que además de los ojos, tengo los oídos y el corazón bien abiertos, por eso no se esfuerza en apelar a mi compasión, ya la tiene. Únicamente derrama sobre mi su confesión, se desahoga, simplemente está cambiando de lugar el peso que lleva en su interior.

De repente, como si no viniera a cuento, deja a un lado su relato nostálgico y me pregunta cambiando su expresión con la rapidez de un mimo:

- Isaac, una pregunta ¿Cómo poder meter guitarra aquí dentro?

- ¿Una guitarra? ¿Es qué tocas la guitarra Mijail?

- Yo tocar un poco, tocar en banda, tocar en clubs.

- ¿Y qué tocas?

- Blues, Rock, poco Jazz, un poco todo.

- NO-ME-JO-DAS

Aún con los ojos como un búho, salto como un muelle de la silla, recojo los papeles de la mesa y sin haber probado el té le pido que me siga hasta el cuarto donde guardo las guitarras española y acústica. Cruzo el patio mojado y desierto bajo la lluvia casi corriendo y llevo detrás a Cocoliso con sus zancadas militares, ¿qué negocios traerán estos entre manos? Piensan mis ilustres compañeros.
Ya en la sala, sonriéndome por dentro y conteniendo la emoción, le entrego mi púa y le pongo con impaciencia la guitarra en sus brazos. La cara de Coco-liso se ilumina. Se sienta en una silla, mira la guitarra con una mezcla de aprobación y auténtico deseo, la apoya en su pierna cruzada y empieza a afinarla como hacen los músicos de verdad. Entonces me viene a la cabeza su “yo tocar un poco” de hace dos minutos y me parece el acto de modestia más inmenso al que haya asistido en mi vida. El blues que elige para dejarme sin aliento es Layla” de Clapton y joder si lo consigue. Su talento se desparrama por la sala con el mejor sonido que nadie haya sacado a mi guitarra, de hecho, me pregunto ¡joder!, ¿es esa mi guitarra?

La música tiene la virtud de emocionar y de evadirnos. Si además es la música que realmente te hace sentir, su capacidad aumenta. Si es en directo todavía más. Si tocan sólo para ti es algo conmovedor, pero si a todo eso le sumas la sorpresa y además te encuentras en este agujero, entonces, sólo entonces, queridos amigos, la música casi seguro que te hace llorar.

Por un instante me siento afortunado y feliz con este regalo. Estoy agradecido. SIEMPRE que tengo la sensación de haber ayudado a alguien, la vida me lo devuelve con una satisfacción sin igual, pero ahora, además, me recompensa con un imprevisible y sorprendente regalo con forma de maestro de blues, y le doy gracias a mi buen Dios y siento que amanece un poco más en el abismo.

“La vas a encestar Isaac, la vas a encestar.”

Artesanía taleguera de ANTONIO. C

Artesanía taleguera de ANTONIO. C

Flores en el cemento

Flores en el cemento

Perspectiva positiva y fuego cruzado

Perspectiva positiva y fuego cruzado