Un huerto en el abismo

Un huerto en el abismo

“Verde que te quiero verde, verde huerto, verde rama...

Federico García Lorca.

En prisión, entre otras cosas, aprendes a conformarte con poco. Nos falta casi de todo, así que, haciendo de la escasez virtud, consigues burlar tu maltrecha suerte. Y la creatividad es una forma de conseguirlo, convirtiéndose en un alquimista en este vertedero y en un sistema defensivo eficaz contra cualquier adversidad.

Escasez y ausencia. Escasez de abrazos y de besos. De mis niños, de mi amor, de mis amigos, de mi perro... Escasez del sexo que tu quieres, sin cronómetro. Ausencia de vino y gintonic, paseo o baño, buceo o montaña. Ausencia de tu vida y de tu mundo, sobre todo eso. Por faltar, aquí nos faltan hasta los colores. Bueno, exceptuando el gris que nos sale por las orejas. De azul, aunque justitos, tenemos ese pedazo de cielo bendito, con sus amaneceres rasos, su azul cremoso, sus noches sin estrellas... Es un trozo de tu cielo al fin y al cabo, pero sólo un trozo, un trozo estático, aunque por sus crepúsculos huidizos nos lleguen desdibujados colores como el ocre, el rojo, el naranja, el rosa o el violeta. Se pueden apreciar los intentos de maquillar esta situación y la voluntad compasiva de los constructores de esta mole siniestra, intentando crear una atmósfera algo colorida. El patio adorna su apariencia de cárcel con columnas y rejas pintadas de amarillo, los chabolos combinan el gris con el azul y el naranja y uno de los muros del patio, el que está coronado con concertinas, está decorado con una bonita imagen del fondo del mar, bien dibujada y un poco erosionada por el paso del tiempo. Pero la rutina, el transcurrir de los meses y la sensación de opresión, convierten en insuficientes estos intentos y aunque el gris no siempre lo rodee todo, se presiente, te envuelve como una penumbra insistente que flota en el ambiente. Aunque todo esto puedan parecer quejas, no lo son exactamente: quejarse de lo irremediable no sirve de nada. Os describo esta parte del panorama sólo para introduciros este relato, un amanecer más en el abismo.

Y volviendo a los colores, si tuviera que elegir uno, el campeón en anhelos sería el verde. Lo anhelan mis ojos, mi nariz, mi paladar y mi espíritu. El único verde que se ve por aquí son esas repetitivas ensaladas que nos ponen tres veces por semana y el de unos pocos olivos que recortan el horizonte que se ve desde mi celda. Del verde geranio, bosque o césped, nada y ya ni os cuento del verde esperanza. Esos verdes sólo los encuentras en tus recuerdos, o en la tele o en algún sueño generoso. Y contra la ausencia de verde, en medio del cemento, como un claro que se abre en la tempestad, los chicos del taller, capitaneados por Iván, han creado un huerto artesano y valiente en medio de este gris a espuertas. Me conmueve ver como hay gente empeñada en resistir a su suerte, sin negarla, asumiéndola incluso, pero imponiendo sus condiciones, revelándose. ¡Bravo! Esta vez a través de una revolución verde, orgánica, hermosa. Un desafío al cemento, a la monotonía, a la pena. Una revolución concebida con macetas desiguales, tierra improvisada, semillas que se hacen de rogar, abono pestilente a base de sobras de fruta y otros desechos, unos cuantos trucos hortícolas y sobre todo, cantidades industriales de ilusión. Y todo esto, por supuesto, con el visto bueno, el apoyo e incluso el aplauso del equipo de tratamiento, que se suma así, a su modo y con toda mi admiración, a este humilde pero inmenso ejercicio de imaginación y resistencia.

Iván, experto en cultivos prohibidos según en qué país nos encontremos y para qué fines, aplica con pasión sus conocimientos botánicos a nuestro proyecto. Sabe qué plantar y cómo hacerlo, cuándo regar o cuándo abonar. No sólo trata a las plantas como corresponde, además las mima. Les canta suave y casi al oído coplas y rumbas, con acento gaditano y alegría discreta. Nuestro huerto es amable, nos da los buenos días y nos recuerda, con ocho macetas desiguales y unos tallos delicados, que la esperanza puede brotar en cualquier parte, en cualquier momento.

Las plantas están elegidas con suma sensibilidad, porque son ese tipo de plantas que consiguen emocionar a la afición. Plantas que siempre encierran buenos recuerdos y cuyo aroma te traslada a un amanecer en libertad, a una paella de campo o a colonia fresca. Toman el sol enraizadas en sus latas de colores, bajo el sol de invierno, divergiendo del ambiente y desplegando fragancia y ánimo. Ahí están, el romero, la lavanda, el perejil, la hierbabuena o la albahaca, dispuestas a que acerques tu nariz en busca de algún recuerdo, huyendo un poco, atizando la imaginación. Como el olor de las acuarelas o de esas gomas de borrar que usábamos cuando éramos niños y que ahora nos transportan hasta la infancia. A muchos de mis compañeros todo esto les parece una reverenda chorrada y pasan olímpicamente del huertito. Yo les entiendo, aquí conseguir mantener cierto romanticismo es casi un milagro y entre la población reclusa la botánica no es una prioridad. 

Y tras este nuevo alegato de optimismo, tal vez sea conveniente matizar alguna cosa. Muchas veces me preguntan si siempre lo veo todo con la positividad que suelen desprender mis relatos y mi respuesta siempre es la misma: -Pues claro que no. Que no me guste quejarme, no significa que no sufra. Y aunque esta cárcel del demonio no ha conseguido vencerme, claro que tengo días malos, claro que a veces me hundo. Ya os conté al principio de esta historia que no iba a tener problema en mostrarme vulnerable, como tampoco tengo problema en confesaros, por ejemplo, que en este agujero todo cansa antes siquiera de despertarte. Las dudas, las certezas, la plenitud imposible, el combate diario, el venirme arriba incansablemente. Y me siento consternado por mi ausencia del mundo, y tras tantos días de barrotes me confundo, siendo incapaz de diferenciar aquello a lo que debo dedicar atención y pensamiento de lo que debo desechar por deplorable, triste o absurdo y me desmorono en el proceso. Se que no debo pensar en la pena más de la cuenta, debo hacer cualquier cosa respecto a ella salvo pensar en ella. Incluso hay días que quisiera emborracharme para dejar de pensar en lo duro que es vivir en una ciudad inmóvil que me separa por unos muros miserables del lugar donde quisiera estar.

Si haces un esfuerzo, si lo piensas detenidamente, si te imaginas a ti mismo aislado del mundo desde hace tiempo, cercado, preso, rodeado; si eres capaz de situarte durante un instante en este sombrío y asfixiante agujero… Si durante un momento, cuentas hasta 10, cierras los ojos y pones en marcha tu imaginación. Si consigues viajar hasta aquí y apareces a mi lado (no temas, es sólo un instante) y me ves inclinarme frente a ese tallito de romero, inmóvil y callado, en esta helada mañana de cárcel, entonces verás en mi cara un expresión inequívoca, no tendrás duda y te será más fácil entender la emoción que puedo sentir mientras el olor de esa ramita me lleva al monte, me libera y me acuna un rato entre las brumas de recuerdos felices.

Seminario "Amanecer en el abismo"

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Libros como puentes 2

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