Ensayo sobre la libertad escrito en prisión

Ensayo sobre la libertad escrito en prisión

“Sólo al soñar tenemos libertad, siempre fue así y siempre así será” - John Keating (Robin Williams) en El club de los poetas muertos.

Empecemos por recordar que estoy preso y que mi libertad está seriamente comprometida. Sí, estoy preso, esa es la realidad y podéis estar seguros de que de no estar en esta situación, ni de broma estaría escribiendo estas líneas. Continuemos por tener en cuenta que, para un preso, cualquier referencia a la libertad se convierte irremediablemente en una poderosa señal, a veces cegadora, que jamás te deja indiferente.

Supongo que, de tanto invocarla, de tanto prestarle atención, de tanto faltarme, me he obsesionado un poco con ella. Ha ocupado muchos de mis pensamientos, de mis emociones. Para mí ha llegado a ser todo un objeto de deseo. No exagero, en ocasiones, me he sorprendido a mí mismo, consignado en mi libreta azul, alusiones a ella, referencias de todo tipo, extraídas de mis lecturas, de alguna película o de cualquier conversación. Alusiones como esta, rescatada en este caso de la carta de uno de mis mejores amigos. Una carta que me dejó el corazón helado, la boca seca y la calma del revés. Una carta de esas que despiertan la necesidad de dar un abrazo, en este caso de preso, es decir, un abrazo herido, un abrazo imposible.

“Tú estás preso, yo y estoy libre, ese es el punto de partida, el enunciado. Sin embargo, amigo, en cierto modo te envidio. Lo sé, es ridículo y entiendo que te siente mal que te diga eso, pero a ti no puedo mentirte, eres como un hermano, lo pienso sinceramente. Aún estando preso, eres afortunado, porque tu sabes que hacer con los barrotes, con los muros, con la soledad, con la terrible injusticia que te ha llevado a la cárcel, con la carencia de los tuyos, con la carencia de todo. Yo, en cambio, amigo, estoy libre, pero si te soy sincero, no tengo ni puta idea de qué hacer con la libertad. Tú consigues convertir la prisión en libertad, yo hago el camino inverso..."

Sin duda, mi amigo no se refiere a la libertad de la que habla el diccionario. En él, he encontrado varias definiciones sobre la palabra libertad. He elegido una al azar, pero todas vienen a decir lo mismo:

“La facultad de las personas para actuar según su propio deseo en el seno de una sociedad organizada y dentro de los límites de unas reglas definidas".

 Para mí, esta definición, además de aburrida, es bastante insuficiente, ya que se refiere a un concepto de libertad civil, no de una libertad anímica, más holística, plena y verdadera. Las referencias a la libertad, que he ido apuntando en mi libreta, se refieren a una libertad más filosófica. Comparto alguna con vosotros para que nos sirvan de punto de partida. Abro fuego con esta tremenda definición de León Blum, una de las que más me gusta:

 “El hombre libre es aquel que no teme ir hasta el final de su pensamiento".

Me gusta también la paradoja que encierra esta idea del psicólogo francés Gustave Le Bon:

“Hay muchos hombres que hablan de libertad, pero se ven muy pocos cuya vida no se haya consagrado principalmente a forjar cadenas’’.

 También esta del escritor inglés David lloyd me llamó mucho la atención:

 “La libertad no es simplemente un privilegio que se otorga, es un hábito que se adquiere”.

Pero de todo el repertorio, me quedo con esta, tan estoica, del filósofo griego Epicteto:

 “Nadie es libre si no es dueño de sí mismo".

¿Qué es su un hombre libre? ¿Tú te sientes plenamente libre? ¿Seré yo verdaderamente libre cuando salga de esta prisión? ¿Es libre el hombre que tiene libertad de pensamiento o libertad de culto? ¿El que tiene libertad de decisión? ¿Es acaso libre el que tiene libertad de cátedra, de movimiento o de maniobra? ¿Es libre entonces el adicto, el lunático, el enfermo, el cobarde, el tirano o el egoísta? ¿Tiene libertad el que ama con locura? ¿Eres un hombre libre cuando en tu voluntad reinan pasiones como la ira, la avaricia, la lujuria, la gula o la envidia? ¿Permite la sed de venganza ser libre a un hombre? (el odio es posiblemente el peor de los carceleros). ¿Tú qué opinas?

La verdadera libertad está en nuestra cabeza y en nuestro corazón. Escribí esa frase en una cartulina al principio de mi estancia en prisión y la colgué en mi celda, ahora se ha convertido en un mantra. La libertad plena no se posee, la alcanzas como una sensación, tiene vocación de orgasmo, es intensa y esplendorosa en la llegada, pero siempre deja un rastro melancólico en la huida. Y, aunque no se si mientras lees estas líneas sientes esa libertad, estoy seguro que sabes que significa sentirse así. Y, aunque no hayas buscado libertad alguna en tu interior, seguro que la has encontrado en una puesta de sol encarnada, en un amanecer sereno y prometedor, en la mirada inocente de un niño, en la piel de quien amas o en una oración.

Todas estas reflexiones que aquí comparto están fuertemente influenciadas por los estoicos y los budistas, con quien más me voy de cervezas últimamente. Ambas corrientes confluyen en el mismo río cuando hablamos de libertad. Los dos sostienen que la libertad transcurre en todo aquello que depende de nosotros y en ningún caso en aquello que sale de nuestro alcance. Según este argumento, no hay excusa externa a nosotros mismos que nos impida ser un hombre libre, ni siquiera la cárcel. Los estoicos hablan de que la libertad sólo se consigue siendo imponderables (ataraxia) ante todo lo que quede fuera de nuestro control.

¿Es la libertad plena un derecho? Yo diría que más que un derecho es una capacidad en potencia, un desafío, un espacio decisivo de nuestra alma que no es fácil conquistar. De hecho, siento que, al desear furiosamente ser libre, en cierto modo, estoy empezando a serlo. No hablo de la libertad para elegir, porque la libertad para elegir puede ser en sí misma como la cárcel más tirana. La libertad es también la responsabilidad, somos responsables porque somos libres. A la libertad plena no se llega trepando, mandando, acumulando o venciendo. Sólo se adquiere aprendiendo a través de un proceso y de un entrenamiento. Y, una vez que se alcanza, hay que ejercitarla, sólo así se quedará contigo. Un proceso que consiste en saber cuándo es el ego el que habla y mandarle callar, en atender estrictamente al momento que tenemos delante, en aprender a ser feliz en lo pequeño, en lo sencillo, en lo cercano, en lo que no se puede comprar. Si queremos ser verdaderamente libres, hemos de empezar la búsqueda mirando dentro. No la busques en el dinero, ni mandando legiones, ni gritando ¡libertad! Puedes ser pobre, no tener ni un minuto para ti, estar preso y servir a un buen Dios y sentirte plenamente libre. Ya lo he dicho, la libertad plena reside en nuestro interior y es el poder más colosal y saludable que un hombre puede poseer.

Y se abrieron las puertas

Y se abrieron las puertas

Viajar por dentro

Viajar por dentro