Cuarentena en prisión

Cuarentena en prisión

No se si estoy en lo cierto,

lo cierto es que estoy aquí,

otros por menos han muerto,

maneras de vivir.”

Leño. Maneras de vivir.

Si tuviera que ponerle a este capítulo música, elegiría sin duda la canción de AC/DC “Highway to hell". Esta es la segunda cuarentena que hago tras un permiso. Quince días consecutivos confinado en una celda sin salir absolutamente para nada. Un contraste difícil de asumir, cambiar familia, mar y libertad por soledad, barrotes y cerco.

Una cuarentena en la cárcel que se convierte en la factura más alta que un preso tuvo que pagar jamás por disfrutar de sus permisos. Quiero pensar que las autoridades tengan en cuenta que, quince días en estas condiciones de aislamiento extremo, son equivalentes en sufrimiento y privaciones, a muchos meses en segundo grado. De hecho, son claramente más duras que las condiciones del penoso y temido primer grado o régimen de aislamiento, recogido en la L.O.G.P y reservado para los castigos y para los presos más peligroso y conflictivos.

Es tan duro y claustrofóbico que muchos internos deciden perder la oportunidad de disfrutar su permiso por no enfrentarse a esta locura. Los que leéis estos capítulos desde el Abismo, ya sabéis que no soy de dramatizar, que mis relatos más bien exhalan optimismo, sin embargo, el simple hecho de relatar la realidad, supone dibujar un panorama lamentable. En este capítulo, os voy a pedir que me acompañéis en uno de esos días de confinamiento, en una cárcel española, durante esta época rara y angustiosa que nos está tocando atravesar.

Prisión de Campos del Río, Murcia. Sábado 29 de agosto de 2020. Día tercero de la cuarentena. Celda n° 55. Módulo 2 (instalación idéntica al resto de los módulos pero habilitado por primera vez para la cuarentena y provista de una atmósfera espesa y somnolienta, propia de las infraestructuras que llevan años siendo poco o nada utilizadas).

 7:00 Amanece una de esas mañana en las que te despierta la melancolía. Una niebla invisible apelmaza mi voluntad. Me levanto empapado en sudor. Las sábanas revueltas atestiguan que he pasado una noche de mierda. La ventana de mi celda está orientada a Levante y ataca desde bien temprano un sol indeseable. A través de los barrotes, veo la larga fila de ventanas del módulo de enfrente, el módulo 4, también llamada UTE (Unidad terapéutica), donde residen los presos más vulnerables. Me quedo embobado unos minutos, como un centinela sin propósito, mirando sin ver. Mis vecinos de enfrente se desperezan entre los barrotes mientras escupen saludos matinales poco edificantes. Esas vistas y un aire inmóvil me hacen pensar que lo mejor es cerrar las cortinas azules de mi celda y así, poner un filtro a lo que me rodea. Ahora la luz baña la celda con una palidez verdosa y todo parece sumergido en un acuario. La celda queda en una penumbra que parece refrescar. Sólo quiero huir del calor.

7:30 h. Me meto en la ducha en busca de agua fría pero no tengo suerte, sólo consigo que salga agua caliente. Mi gozo en un pozo. Lo que daría por una ducha fría. Lleno un cubo de plástico con el agua del grifo y me lo echo encima. Me río de la situación y la risa consigue espantar mi frustración. Esta ducha de campamento me refresca, me prepara para un rato de meditación en el que voy a cargarme de buena onda, en el que voy a buscar parte del equilibrio que la cárcel me quita. Cuando fuera hay poco que encontrar, uno se acostumbra a buscar por dentro y aprende a encontrar. Por pura desesperación, me hago fuerte en ideas sanadoras, ideas como Karma, lucha, aceptación, fluir, amor. Todo está bien. Ese es el estado que intento conseguir cuando medito y merece la pena porque a veces lo consigo.

Termino mi sesión de meditación y me siento en la silla de plástico, frente al poyete de cemento adosado a la pared. Sobre un bloc cuadriculado escribo una carta a mi hijo Isaac. Mientras escribo me siento bien, porque construyo puentes hacia donde quiero estar, puentes en los que se pasean dignos e imparables los anhelos, la esperanza y el porvenir. Pienso que es la mejor forma de empezar el día en este lugar, pero mientras escribo, me sorprendo apretando los dientes, me enfrento de nuevo a uno de esos momentos de exasperación. Por un momento despierta mi lado lunático. Me revuelvo de rabia contra el mundo, se declara algún incendio en alguna línea de mi masiva que luego tengo que borrar, en las cartas de mis hijos solo hay lugar para el amor. “Pequeñín ya queda menos... y sí, como tu dices; siempre fuertes”.

A ratos me levanto, estiro las piernas, me miro en el espejo de plástico que me devuelve un reflejo turbio; veo un a tipo parecido a Robinson Crusoe, y no sólo por esta barba de quince días y esta desnudez, también porque me siento un náufrago, por que me siento aislado y sobre todo, porque estoy hablando sólo joder... hablo con Viernes, hablo conmigo, hablo con el mundo que me espera, hablo con mi buen Dios.

8:35 El día va a ser largo. Fuera estalla un clamor de chicharras. Abren la puerta mecánica bruscamente, con una tos metálica de ascensor escacharrado que me hace dar un respingo en la silla. Por el altavoz se oye una voz arenosa y déspota que informa secamente con un espectral “ahora les subirán el desayuno a la celda”. Es la manera que la cárcel tiene de damos los buenos días. Devuelvo el saludo mentalmente y hago una reverencia teatral. - Buenos días señor funcionario, que tenga usted un buen día. No es que me este volviendo loco, siempre he sido un poco payaso. Que Dios me lo conserve. No sé cuanto presos somos en el módulo, pero esta cifra aumentará porque todos los que regresamos de permiso o ingresan por primera vez tenemos que pasar por esta situación. Pronto habrá una saturación que condicionará las salidas de permiso, coartando la posibilidad de salir. Eso y la amenaza de otro estado de alarma me hacen temer lo peor. También pienso en lo devastador que sería si el virus entra en la prisión, de hecho aún no sé como no ha pasado todavía. Me asalta una idea cómica y descabellada; ¿no será el elevado y constante nivel de droga en sangre lo que inmuniza a mis compañeros reclusos? En la puerta de la celda, sobre una silla, un vaso de leche caliente, un bollo de pan y una porción de mantequilla y mermelada. El ordenanza me conoce y me ha dejado además dos manzanas que han sobrado del día anterior. Por suerte para mí la fruta en este lugar está infravalorada y siempre suele sobrar.

El mismo interno nos apremia educadamente para tomarnos nota del pedido del economato. A pesar de las prisas, la mascarilla que lleva no impide que su espíritu amable nos envuelva. Es de agradecer, una sonrisa auténtica puede traspasar mascarillas. De pronto esta idea me parece importante en estos tiempos y me la subrayo mentalmente. No es que haya mucho donde elegir, pero hay agua, café y tabaco y eso es lo más importante para la mayoría de la gente. También se piden artículos de aseo personal, refresco, golosinas y frutos secos.

8: 55 Me he planificado una rutina que me ayuda a sobrellevar este confinamiento extremo. Una cosa detrás de la otra, a veces, hasta tengo la sensación de que me falta tiempo. Meditación, escritura, ejercicio, ducha, limpieza, sueño y alguna que otra película. Estos son los principales actos de esta obra. Darle estructura a la adversidad con desafíos y tareas es una buena manera de combatirla. Nunca te pares, eso es lo que cuenta. Mantenerse activo es una expresión de lucha, de resistencia. Empiezo una sesión de ejercicios que durará hasta las 10:15h. Hace mucho calor y el espacio es pequeño pero sacudo mi voluntad y empiezo. La voluntad es lo que mueve el mundo. Series de flexiones, comba imaginaria, tríceps en el borde de la litera y abdominales. Uso botellas de agua como pesas. Uso mi imaginación para recrear cualquier otro lugar que no sea este. Sudo exageradamente, cuando termine tendré que fregar la celda. Mientras tanto, oigo el reparto de la medicación en las celdas contiguas, se reparten como golosinas todo tipo de drogas legales que aplaquen la tensión, el mono o la desesperación de mis compañeros internos. Esta situación me entristece profundamente, ojalá pudiera pasarles una dosis de las endorfinas que ahora recorren mi cuerpo y me ponen alas.

10:30 Estiramientos y “ducha” rápida. El agua sigue saliendo caliente así que me echo otro par de cubos de agua por encima. Me seco, me tumbo en el catre enclenque y me pongo los auriculares. Sintonizo Radio Clásica con el volumen justo para escapar del agrio e incesante murmullo de la cárcel. Elijo un libro y me pongo a leer. Jamás he dispuesto de tanto tiempo para hacerlo, es una de las pocas cosas buenas que tiene este calvario. Tengo tres libros en danza, ahora le toca las Uvas de la Ira, de Steinbeck. Curiosamente su protagonista, Tim Joad, acaba de salir de prisión habiendo sido condenado a siete años de cárcel. Durante la lectura me encuentro con un pasaje que me impresiona y lo apunto en mi libreta de notas. Dice así:

[...] La cárcel es sólo un modo de enloquecer gradualmente a un hombre. ¿Comprendes? Y se vuelven locos y tu los ves y los escuchas, y muy pronto no sabes si tú mismo estás loco o no. Cuando se ponen a gritar por la noche, a veces se te ocurre que eres tu el que grita.... [...]

[...] Hay en ello algo que no existe en ningún otro lugar en el mundo entero. Hay algo mezquino, algo vil, en el principio mismo de encerrar a los hombres.... ¡Va! Al Diablo con todo.... Mira el sol que resplandece en esas ventanas...[...]

14:02 De nuevo se abre la puerta sin previo aviso y acto seguido, la misma voz autoritaria ruge a través del altavoz un “recuento, en pie, ¡venga! en pie al paso del funcionario” .... vamos a ver - pienso por dentro - tú deberías haber sido pastor de cabras amigo. Soy preso, estoy en una cárcel y tú eres mi carcelero. Hasta ahí todo bien. No te pido delicadeza, ni tan siquiera consideración. Sólo el respeto y la educación que debería imponerte tu puesto.

En este punto quiero dejar claro que la mayoría de los funcionarios de prisiones están bien provistos de humanidad y por lo general, hacen su trabajo de una manera correcta. También los hay de extraordinaria paciencia y corazón y cuya dedicación no puedo dejar de admirar. Sin embargo, como en otros trabajos que otorgan autoridad, hay algunos que jamás sabrán utilizarla correctamente, porque no pueden reprimir aprovecharla para paliar su propia debilidad.

14:45 Termino de comer el rancho carcelero que me han vuelto a dejar en la puerta. Siento que tras mas de dos años de cárcel, ahora sí estoy viviendo una cárcel extrema e inhumana. Esta escena de bandeja en la puerta a medio cerrar, me hace sentir una bestia enjaulada. Intento pegarme una siesta y borrarme de esta infame pesadilla pero el calor es demasiado duro. Otro par de cubos de agua por encima y me pongo a escribir. Escribo cartas, escribo estas líneas. Escribir me cura, me mantiene a flote. Es terapia para mí.

17:15 De pronto unos gritos perforan mi burbuja de paz. Al lado, un preso desespera acompañando sus chillidos con el estruendo provocado por los golpes de su bandeja en los barrotes de hierro. Eleva su grito de guerra y desesperación; “hijos de puta, dejarnos salir al patio al menos diez minutos, esto es un horno, no hay derecho, no somos perros, no tengo síntomas...hacedme un test pero no me tengáis aquí”. Insiste durante diez minutos y algún preso más se une a la queja. Nadie parece escuchar y yo me veo obligado a dejar testimonio de su brindis al sol en este asfixiante capítulo. Que menos...

18:30 El calor no cesa. En cambio, gracias a mi buen Dios y a las consecutivas tareas que me he impuesto, el tiempo corre con fluidez. Me pongo de nuevo los auriculares para escuchar la BBC, me obligo a hacerlo para mantener engrasado mi inglés. Me asusta ver cómo el Coronavirus pone en jaque al mundo. Camino de pared a pared. Tras más de 100 vueltas puedo caminar con los ojos cerrados.... y lo hago, y no dudo en imaginarme en cualquier otro lugar y a veces, sólo a veces, lo consigo. Repito mi mantra una y otra vez; “La verdadera libertad está en la cabeza y en el corazón”.

19:15 Toca limpieza. Dispongo de un estropajo, de una escoba, de una fregona y de un limpiasuelos con un aroma a colonia de niño que me encanta y me acerca felizmente a mi hogar. Disfruto con la tarea, os lo prometo. No me imaginaba que fregar me iba a serenar de este modo (ahora me parece estar viendo la cara de mi mujer al leer estas líneas y me da la risa). Me entrego a la faena, lo hago minuciosamente, barro, friego y froto a conciencia, sin prisa, recreándome en mi desempeño. Al terminar me siento en la cama a esperar que se seque el suelo mientras contemplo la celda limpia como un quirófano. Se abre bruscamente la puerta, esta vez sin aviso, tenemos la bandeja de la cena en la puerta; ensalada, pollo, pan y una pera verde. Es muy pronto para cenar, así que me pongo a leer.

20:30 Desde mi ventana, a la derecha, se puede ver el árido campo que nos rodea. Se dibuja por encima de las alambradas y a esta hora el crepúsculo desgarra a sangre y oro el cielo de la tarde. El paisaje se vuelve íntimo y acogedor. Lo contemplo, lo disfruto, tomo conciencia del maravilloso mundo que habito. Y vuelvo a olvidar por unos instantes esta inhóspita celda de mierda. Celebro mi triunfo con una lata de mejillones que me he comprado en el economato.

21:30 La noche ha caído pero el bochorno persiste. El murmullo de la cárcel se inflama y en él se desdibujan cantos, oraciones, lamentos y charlas imposibles. Mi celda queda en una esquina del bloque donde apenas llega la intensa iluminación que nos rodea y que normalmente impide que veamos las estrellas cada noche. Aprovecho la posición estratégica, apago las luces y contemplo unas estrellas como regalos. Y mientras contemplo el panorama veo a Dios, guiñándome un ojo, cómo recordándome que lo más bello puede surgir adyacente a la miseria y al contrario, y que eso es la vida, la vida que fluye y que hay que aceptar y agradecer.

22:15 Hoy toca cine. Apenas veo la televisión, sólo mientras como o cuando echan una peli que me gusta, sobre todo de cine clásico. En La Dos emiten la peli de Carlos Saura, Pajarito, plan perfecto; cine sin cortes de la mano de un genio, en la intimidad de mi celda. Sólo faltas tú a mi vera.

00:10 Hora de acostarse. Coloco el flexo en la cabecera de mi catre y me pongo a leer. Siempre me quedo dormido entre líneas, me parece una buena forma de despedir el día. Entre mis manos tengo un libro que me regaló mi padre, “El sueño del celta”, de Mario Vargas Llosa. Como en todos los libros que me regala, en la primera página escribe una nota, esta vez de Cátulo. Dice así:

“Los soles se ponen y pueden volver a salir; más una vez que nuestra tenue luz se ha puesto, la noche es eterna y hay que dominarla”.

Tras unas cuantas páginas el sueño empieza a vencerme. Me invade la idea de que aún me quedan 7 días de cuarentena y que llevo días sin hablar con mi familia porque en este módulo aún no se han habilitado los teléfonos. Algo inadmisible. Respiro profundamente mientras comento la situación con el jefe que me escucha y me promete fuerza. Le doy las gracias por este día, le pido calma y salud para los míos y poco a poco me voy quedando dormido. No sé si estoy en lo cierto, lo cierto es que estoy aquí.

El cabo batería

El cabo batería

Y se abrieron las puertas

Y se abrieron las puertas