El cabo batería

El cabo batería

Corre, dijo la tortuga; atrévete, dijo el cobarde;

estoy de vuelta, dijo un tipo que nunca fue a ninguna parte;

no me grites, dijo el sordo. Se que has sido tú dijo el culpable

y tú no te perfumes con palabras para consolarme.

Déjame solo conmigo, con el íntimo enemigo

que malvive de pensión en mi corazón.

Joquin Sabina

Hacía tiempo que no os hablaba de uno de los personajes que me acompañan en esta turbulenta travesía. Cuando lo hago, me esmero en elegirlos, asumiendo siempre que jamás conseguiré describir con justicia la asombrosa comunidad que me rodea y de la que formo parte irremediable.

Empezaré en este caso por donde nunca empiezo; el motivo que trajo a nuestro personaje a la cárcel. A Paco le condenaron a 15 meses tras llegar a una conformidad para evitar enfrentarse a una petición de 4 años por atentado contra la autoridad. Unos hechos que tuvieron lugar en el fragor de las reivindicaciones por el movimiento 15M.

Una mañana, en el ensayo de la banda, entre canción y canción, con su mirada de gato perezoso, sus manos elocuentes y una risa burlona me dice:

- No me jodas tío, no me digas que no tiene coña la casualidad. 15 meses de cárcel por el 15 M… Una bromita del destino y yo aquí en la cárcel casi una década más tarde.

Después de un silencio tenso, aprieta los puños y continúa.

- Me pongo a parir cada vez que pienso que fue por haber defendido lo que ahora ya han olvidado defender esos que ocupan la poltrona del poder. ¿Sabes a quién me refiero no?

Sostiene las baquetas en una mano y con la otra se lanza de dos en dos unos frutos secos a la boca mientras el ritmo que vive insomne en su cuerpo va saliendo a golpecitos a través de su pie izquierdo. Nunca me he metido a fondo en el tema y pienso que es un buen momento para preguntarle. Dicen que entiendes un país analizando a sus presos y sus porqués.

- Pero Paco, ¿qué hacías tú allí?

Me mira con el ceño fruncido y me contesta alterado sin dejar de masticar almendras.

- Yo estaba en Madrid, Isaac, inmerso en un movimiento artístico, en el que los ideales fluían a flor de piel y como que me dejé arrastrar, porque yo tampoco he sido nunca un activista, ¿sabes? Pero tío, era emocionante todo aquello, rodeado de amigos, de artistas, de bohemios... Bueno y también de lo que ahora llaman perroflautas

Me hace este matiz guiñándome su ojo de gato y descojonándose.

- Pues si que te salió caro - Le digo con gravedad, antes de seguir escarbando en su odisea - pero para que te metieran atentado a la autoridad, ¿entiendo que agredirías a algún poli, no?

Ahora Paco no puede evitar pegar un salto y subir la voz

- No me jodas tío. De eso nada, si yo soy un cagao, coño...¿tú me ves pegando a un poli?  Recibí un porrazo por estar en primera línea y al que me sacudió le llamé hijo de puta y le dije que le iba a denunciar, pero se adelantó denunciandome a mí y, claro, a partir de ahí, calabozo, petición de cuatro años de cárcel y años y años después aquí me tienes… Y estos “de rositas” en sus escaños azules de diputados del gobierno.

En este punto me resulta imposible no ver la paradoja y termino la conversación por no amargarme la mañana con un intrigante y triste “si yo te contara, te caes de culo Paco, te caes de culo.”

Paco es un tío de complexión grande y alma frágil. Pasea sus andares regios por el patio con constancia y a buen ritmo, en un afán de perder algún kilillo que le sobra. Le llaman “el gato” y no tienes más que mirarle a los ojos para explicarte por qué. Sus cejas espesas y negras contrastan con su pelo harinoso peinado a cepillo y enmarca su rostro redondo con una barba polar y muy bien rasurada. Artista de profesión y de espíritu. No sé si él coincidirá conmigo, pero creo que eligió la percusión para saldar cuentas con el temperamento que esconde su apariencia de fraile benedictino. Tiene una mirada verde y mordaz que parece sospechar del mundo que le rodea. Amigo de causas perdidas, romántico y un poco neurótico. Musicalmente (en lo que a gustos se refiere), somos igual de ochenteros, con especial mención a nuestra veneración a Sabina. A menudo nos retamos a ver quién sabe tal o cual canción de su desbocado y gamberro repertorio.

Llegó a nuestra vida inesperadamente, en una escena como de película. En pleno concierto de la banda desorganizada para el módulo 10 (módulo de trabajo), nuestro bajista cubano, entre canción y canción, distinguió entre el público una cara conocida:

-¡Mi madle! ¿qué hace este tío en la cálcel?

Acto seguido, cogió el micro y dijo excitado.

- Hola a todos. Entre ustedes hay un músico excepcional y quiero invitarlo a subir. Por favor, Paco, anda, sube y tócate algo con nosotros.

Paco, sin dudarlo, se dirigió al escenario visiblemente emocionado, envuelto en los aplausos de sus compañeros de módulo. Nada más subir se fundió en un abrazo con el bajista y, tras un “luego me cuentas”, nuestro batería le cedió su puesto también aplaudiendo. Sin haber ensayado ni una sola vez con nosotros nos acompañó el resto del concierto, haciendo un alarde de improvisación y experiencia que nos dejó sin aliento. A partir de ese día, Paco se convirtió en el batería oficial de nuestra banda y los ensayos pasaron de ser además de una fiesta, a ser una auténtica universidad. Una vez más, me sentí afortunado en este lugar de escombros y Paco pasó a ser una de esas razones que, aún estando en este lugar, provocan que mi mirada se pierda en el cielo dando gracias.

En el primer ensayo me suplicó que le ayudara a que lo trasladaran a nuestro módulo, como si yo tuviese algún tipo de potestad en este agujero. Es algo inexplicable que me ha pasado a menudo durante toda mi vida, debe haber algo en mi apariencia que me atribuye injustamente algún tipo de facultad. En este caso, su deseo se cumplió, pero no por ninguna influencia supersticiosa, sino por una simple instancia dirigida a su educador, motivando con claridad y contundencia las razones por las que un perfil como el suyo debería estar en un módulo de respeto. En un lugar como este, el talento es un asidero de salvación, un modo de darle vida y luz a un tiempo que en la cárcel suele ser muerto y oscuro. Se convierte en una luz generosa y cálida que transforma la atmósfera, como el sol amable del invierno. 

Desde el primer momento, Paco se mostró dispuesto a enseñar e ilusionar a todas esas almas pálidas que por aquí habitan, poniéndole ritmo de batucada a esta triste misa. Y vaya si lo hizo... Arrancamos el primer taller de percusión que se había dado en este módulo y posiblemente en un módulo de respeto de una cárcel española. En las cárceles, como en el ejército, a los responsables de las distintas tareas se les llama cabos, así que creamos ad-hoc, medio en broma y por la gracia de Dios, el nuevo puesto de "cabo batería. Una vez conseguida la autorización, nos pusimos con la fabricación de unos tambores artesanos a base de cubos de pintura, tela de camiseta vieja, hilo y palos de escoba con las puntas redondeadas en el taller de artesanía. A este tipo de inventos en la cárcel yo les llamo "triunfos de derrota”, porque cada vez que aquí se consigue sortear lo imposible, uno se siente como si huyera un poco, como si burlara su destino.

Aquellos tambores sonaban demasiado bien y tardamos en encontrar un modelo de clase más silencioso en el que no se perturbara la concentración del resto de reclusos, que se quejaban en diferentes idiomas y enfurecidos por el incesante repicar de tambores. En las primeras sesiones de sus clases los muros retumbaban envolviendolo todo en un compás florido y alegre, como de carnaval brasileño.

Su condena era relativamente corta, su comportamiento excelente y sus ganas de salir inmensas. Ingredientes que consiguieron un tercer grado apenas transcurrieron dos meses de su estancia en el módulo. Nos despedimos entre lágrimas pero con alegría y nos prometimos juntarnos para tocar, rememorando con cerveza y rodeados de los nuestros las pocas luces de esta larga y fría noche. Aún con el retumbar de los tambores de Paco en mi memoria y con el hueco de su talento en nuestra maltrecha banda, me entero por los pasillos y de casualidad de que Paco había regresado a prisión porque había quebrantado el tercer grado y que tras, la cuarentena obligatoria (enlace a cuarentena en prisión), volvería al módulo.

-¿Perdona? ¿Seguro? ¿Estamos hablando del mismo Paco?

Sí, era él, nuestro cabo batería, que en un intento bienintencionado y más por desesperación que otra cosa, se saltó un confinamiento en casa para ir a una entrevista de trabajo, hecho que la Junta de Tratamiento estimó como suficiente para regresarle de vuelta a segundo grado. Así que, seguramente, Paco tendrá que terminar los quince meses en régimen cerrado. Lo que podría haber sido un drama, lo ha encajado estoicamente, incluso con optimismo. Paco es un tipo duro y no parece importarle pasar unos meses más aquí, lo que a Paco le preocupa verdaderamente es la reputación. Se tortura con que la cárcel enturbie su porvenir. Una mañana de domingo, camino del ensayo, me dice con tono sombrío:

- Soy músico Isaac, no se cómo cojones lo voy a hacer, si no tenía poco con el puto Covid, ahora me cuelgan una etiqueta de expresidiario, si no fuera por R, mi chica...

Apuntala la frase con una sonrisa boba. Una sonrisa que brota cuando la nombra.

Me fijo en el tatuaje que lleva la en la muñeca, una clave de sol engarzada en un corazón. Los pensamientos de Paco suelen estar poblados por tres ideas aparentemente inconsolables: el sufrimiento de su familia porque él sea un preso, la relación, ahora en riesgo, con la mujer que ama con locura y unos planes de futuro ensombrecidos por el Covid y la cárcel. Miedo a la reputación, toda una doble condena, una condena que hay que aprender a dominar.

Voy a terminar este capítulo con una reflexión sobre este asunto que tanto le preocupa a nuestro amigo. Tengo verdadera necesidad de compartirlo con vosotros. Una concepción vital para mi y que me he esforzado en imprimir en el corazón de Paco, en el de mi gente y en el mío mismo. Y si por casualidad conoces a este entrañable artista, por favor, no le juzgues de nuevo y, de hacerlo, hazlo en función a cómo se portó contigo y no por su historia de cárcel.

En esto es en lo que insisto, como el tam-tam de sus tambores; recurro a todo tipo de argumentos, empezando por predicar con el ejemplo. Le muestro mi fe en el porvenir compartiendo con él planes de futuro. Creo en él y no dudo en comprometerme a ayudarle en lo que pueda una vez que estemos fuera. Le intento explicar lo que yo mismo llevo inculcándome desde que entré en prisión. Le reconozco que la preocupación por la reputación es un monstruo que ya conozco, con el que tuve que luchar y que me hizo sufrir antes de vencerlo. Le recuerdo que la cárcel a menudo tiene más de accidente que de fracaso. Le pido que se visualice a sí mismo en una cena entre amigos, sacando el tema con naturalidad y que lo haga como el que comparte un relato original y didáctico del que aprendió y que ahora le pone la sal y la pimienta a lo que iba a ser una cena predecible y ordinaria. Le propongo que sublime el tema, convirtiéndolo en la parte más interesante de su biografía.

- Amigo, es mejor llevar el asunto al centro del discurso que vivir atemorizado preguntándose si conocen tu situación de exconvicto. Ponlo en tu tarjeta de presentación. No tienes nada de lo que avergonzarte y si fuiste culpable de algo, ya has pagado por ello; y has pagado de largo y, además, lo has hecho con una moneda que la gente no es capaz de imaginar. Y si hay gente que siente decepción o recelo por lo que pasó, céntrate en la que despiertes comprensión, curiosidad o interés. La vida es elegir amigos. Tampoco olvides, Paco, que esa sociedad cuya opinión ahora te atormenta, es la misma que permite que los delincuentes poderosos campen por el mundo bochornosamente impunes. Tú ya has pagado caro. Y, sobre todo, no permites que nadie responda por ti estas tres preguntas: ¿Eres peor Paco después de esta experiencia? ¿Eres peor músico? ¿Eres menos hombre? Tatúate la respuesta amigo mío y muéstrala al mundo con humildad y valentía.

Ensayo sobre el silencio

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Cuarentena en prisión

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