La prueba del algodón

La prueba del algodón

"Como nos hemos de portar, no depende de nuestra experiencia, sino de lo que esperamos” - George Bernard Shaw.

Este es uno de los capítulos que más me ha costado escribir. La razón principal reside en la amistad que forjé con su protagonista en el corto espacio de tiempo que compartimos prisión. Porque, aunque lo cierto es que apenas cumplió tres meses de una condena ya de por sí corta, eso no fue problema para que dejara una gran impronta en el módulo de esta cárcel y un recuerdo entrañable en mi memoria. Lo más significativo de esta historia lo encuentro en cómo C acabó eligiendo esta cárcel.

Cuando ya llevaba preso aproximadamente un año, en una comunicación con mi mujer, me cuenta que el novio de una amiga común tiene que entrar en unos meses en la prisión de Villena y que, mientras espera el trance, le han pasado mi blog para que se vaya ‘"aclimatando” a la tremenda situación. En ese momento, pienso que a mi también me hubiese gustado tener alguna referencia cercana que me pudiera interpretar de algún modo la acechante cárcel a la que me iba a enfrentar. Sin embargo, es difícil conocer a alguien de tu entorno que haya pisado una prisión, de hecho, al único que yo conocía entre mis conocidos era a mí mismo, sensación muy decepcionante por cierto. Así que me puse a preguntarle a Google, con bastante desesperación todo sea dicho, y lo que encontré sólo me sirvió para hacerme una idea suficientemente sombría como para dejar de buscar y encomendarme a la providencia.

A las pocas semanas, mi mujer me contó, un poco sorprendida, que C había encontrado verdadero alivio leyendo mis relatos y que la perspectiva de entrar en prisión digamos que se había convertido en más asumible. De vivir atemorizado y con el corazón congelado ante esa amenaza, capítulo a capítulo, pasó a tener una expectativa un poco más halagüeña. Francamente, pensar que mis relatos podían llegar a ser bálsamo para algo me resultaba un regalo tan inesperado como gratificante. Pasó algún mes más y la fecha de ingreso de nuestro amigo, por aquel entonces aún desconocido, se acercaba. Lo siguiente que supe es que C cambiaba de destino por voluntad propia y elegía Campos del Río, fuertemente influenciado por los relatos de Amanecer en el Abismo. Sentí una mezcla de estupefacción, ilusión y al mismo tiempo responsabilidad, ya que sobre mí se erguía un nuevo desafío, una especie de prueba del algodón que iba a testar en qué medida mis relatos estaban a la altura de las expectativas de alguien que estaba a punto de zambullirse en mi propia narración.

C es un par de años mayor que yo, sus facciones son suaves y su mirada apacible y color avellana. Su voz de tenor, profunda y firme, combinada con su sonrisa pícara, un poco aniñada, tiende a desconcertarte. La barba bien cuidada y muy cana y el pelo también blanco y peinado hacia atrás con estilo contrasta con su piel morena. Es alto y tiene un porte elegante.

Yo sabía que iba a entrar aquel día, pero tenía dudas de si finalmente le iban a ubicar en este módulo. Por esa razón y por la especial prudencia con la que sueles actuar aquí dentro, no le dije a nadie nada acerca de mi desconocido amigo. Una discreción inútil, ya que C entró por la puerta preguntando por mi a bombo y platillo... La primera vez que le vi, su amabilidad natural no consiguió ocultar sus nervios y su excitación. Al mismo tiempo que le estrechaba la mano le solté con una sonrisa y medio en broma:

- Soy Isaac, bienvenido y tranquilo que ya estás a salvo - e inmediatamente noté como se rebajaba la tensión que había acumulado hasta llegar aquí.

Empezó a hacer preguntas de todo tipo mientras examinaba curioso el lugar donde estábamos, como comprobando descripciones y escenarios. Sin duda, C había empezado a pasar el algodón por las entrañas de mi historia. Creo que los dos podíamos notar una corriente subterránea de complicidad que nadie más percibía y que era fruto de la conexión que habíamos entablado a través del blog. Le puse en la celda con Leo, el argentino del que os hablé en el capítulo “El boludo”. No fue una decisión baladí, porque tu compañero de celda va a condicionar por completo tu experiencia en prisión. Aproveché que Leo atravesaba la cima de su aventura carcelaria, recuperado cual Ave Fénix de una dura crisis de autoestima y rumbo para darle una misión. Pensé que nadie como él para amortiguar el aterrizaje forzoso de C, aunque, alguno más que otro, en esta pista todos los aterrizajes son forzosos. La cárcel es una de las muchas maneras que existen de tocar fondo, un fondo al que algunos vuelven una y otra vez, como el que se cambia de camisa y del que sólo unos pocos consiguen escapar y renacer. Esos y no otros, los que han escapado de ese abismo, los Ave Fénix, poseen una credibilidad genuina ante los que buscan alivio, porque sus consuelos son más legítimos, tienen esa autenticidad propia de los que saben como duele, de los que han estado ahí, en ese fondo de ceniza. Fue un acierto ponerles juntos, pero no puedo decir lo mismo de haberles convertido en mis vecinos de arriba. Ambos con voz volcánica, ambos parlanchines y con toda una vida que contarse, ambos con insomnio. Ya os podéis imaginar…

Como os decía, C venía a una cárcel descrita a través de mis relatos y, en cierto modo, además de ingresar en prisión, pasaba a formar parte activa de esa historia que llevaba tiempo leyendo. Uno a uno fue conociendo a todos esos personajes a los que ya le había presentado en mis relatos y para mi satisfacción, he de decir que los fue identificando a todos con pleno acierto, sin que yo le tuviese que indicar siquiera una pista para averiguar quién era quién.

También pasó el algodón en busca de esa actitud positiva y alentadora que irradian algunos de mis relatos y, cuando la encontró, se fue poco a poco alineando con ella. Y se puso a correr en círculos, a leer lo que nunca leyó, a retomar las prácticas de meditación que aprendió el año que vivió en Indonesia, a dar ánimos y esperanza a los suyos, a luchar a brazo partido con las penas y a desempeñar el papel más heróico y osado de su vida profesional. C es abogado y un abogado en la cárcel, si se lo propone, puede ser de gran ayuda. Aunque estaba especializado en asuntos civiles y no tenía ni idea del código penitenciario, pronto se convirtió en el abogado de oficio del módulo, asistiendo legalmente a medio patio, sumergido en litigios de todo tipo y disparando recursos a diestro y siniestro.

El poco tiempo que le quedaba lo utilizaba para escribir cartas. Sobre todo cartas para su chica y su amada hija, de las que hablaba con verdadero amor y a las que quería tan bien que siempre andaba más preocupado por ellas que por sí mismo. Se propuso dejar de fumar y lo consiguió. Algo que se había planteado antes de entrar aquí sin éxito alguno. Me ofrecí voluntario para dosificarle el tabaco. Empezó por bajar el ritmo y, como el que conoce su debilidad y le pone remedio, cada vez que compraba un paquete me lo daba y me decía con escasa convicción “Este me tiene que durar toda la semana”. Primero le suministraba 4 al día, luego 3... y así hasta dejarlo por completo. Espero que aún conserve ese regalo de la cárcel.

Cuando ya se había adaptado totalmente, cuando empezaba a surfear esta ola de mierda con auténtica pericia, le llegó un tercer grado inesperado que, si bien nos alegró a todos, también nos pilló un poco desprevenidos. Kant decía que se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad de incertidumbre que es capaz de soportar. Yo en cambio creo que esa resistencia tiene más que ver con la fortaleza y la fe que con otra cosa, pero bueno, lo que es un hecho es que los presos tenemos que soportar cantidades intolerables. Vivimos con la incómoda y persistente incertidumbre que supone no saber cuando vamos a progresar de segundo grado (régimen cerrado a cal y canto), a tercer grado (régimen de semilibertad) y esa incertidumbre es una auténtica tortura. Lo he repetido muchas veces, creo que la peor adversidad es la que se viste de incertidumbre. A menudo, es más dura la amenaza que supone vivir temiendo la espada de Damocles que cualquier herida que esta te pueda ocasionar. Por ejemplo, al principio de esta historia ya os hablé del alivio que sentí el día que tras 8 años de tortuoso proceso judicial con pena de televisión incluida, por fin me sentenciaron. Aunque el triste resultado fuera una terrible condena de prisión, por fin sabía a lo que atenerme.

Y C también sabía de incertidumbres y, cuando la de su tercer grado se disipó felizmente, surgieron otras en el horizonte, estas ya sin barrotes pero igualmente duras. Porque, aunque la vida ya de por sí es incierta, hay veces que se nos acumulan tantas incógnitas amenazantes que uno se muere de pura vulnerabilidad. Me resulta difícil explicar lo que sentí la primera vez que vino a visitarme. Estaba corriendo cuando por sorpresa me llamaron para abogados. Allí estaba C, hecho un manojo de nervios, al otro lado del cristal, envuelto en un halo inexplicable de libertad. Me pareció que sus ojos reflejaban toda la electricidad de esta ciudad inmóvil. Antes de decirnos una palabra, apoyamos instintivamente nuestras palmas abiertas, superpuestas en ese umbral transparente incapaz de detener nuestra emoción. Me alegró verle tan elegante, con su flamante traje negro, con su acreditación de abogado colgada al cuello, con esa pose profesional que me provocó un anhelo a traición. Un anhelo de mis días de oficina, de mi lucha ordinaria, de mis viajes de trabajo, de mis conferencias, de mis clases, de mi mundo arrebatado y mientras me caía el sudor por la frente en mis mallas desgastadas, a años luz de donde debería estar, me sentí desterrado y herido.

En un instante, pasaron por mi mente todos los momentos que habíamos pasado juntos a este lado del cristal. Me sentí profundamente agradecido, no sólo por su visita inesperada sino por el esfuerzo que hizo para que me sintiera digno. Por confirmarme que esa mirada de seguridad y triunfo que llevaba consigo se puede conseguir aún habiendo pasado por este siniestro lugar. Por tratarme con afecto y sin compasión, más como se trata a un guerrero que a una víctima. Gracias amigo, gracias por constatar con tu visita y con tu actitud que la historia que cuento estuvo a la altura de tus expectativas y que pasó la prueba del algodón. Y gracias también por recordarme, sólo con verte, que puede haber una vida normal esperándote después de este estropicio. Y, sobre todo amigo, gracias por llegar a ser una parte tan importante de esta historia.

Feliz Navidad y un poemilla rebelde

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Seminario "Amanecer en el abismo"

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