Clanes como viajes

Clanes como viajes

“No tengo ni la más remota idea de qué coño contaban aquellos dos italianos y lo cierto es que no quiero saberlo, las cosas buenas no hace falta entenderlas, quiero imaginar que hablaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que precisamente eso te hacía palpitar el corazón.”

Ellis Redding (Morgan Freeman) en Cadena Perpetua

No manejo estadísticas de las cárceles españolas, pero sí puedo decir que en el módulo en el que cumplo condena, aproximadamente un cuarto de los internos son extranjeros. Desde el principio me encontré en esta situación una oportunidad para adentrarme en otras culturas. Lo sé, es un poco romántico, incluso puede sonar a coña, disculpadme, pero ahora os habla el explorador que llevo dentro que, frustrado por no poder viajar, se pone a coger trenes en la mirada y la voz de sus compañeros presos. Los viajes que me gustan son los que no están fabricados o empaquetados, sin seguro, donde el cómo vivir la experiencia es lo que importa. Esos en los que partes con ropa cómoda, el dinero justo, un plan abierto y, sobre todo, disposición a asombrarte por los milagros cotidianos del rincón más inhóspito y sus gentes. Es la manera de viajar que yo siempre he elegido, pero es algo más porque, palmo a palmo, se va extendiendo felizmente por mi alma hasta convertirse también en una manera de vivir. Así que ando con los ojos y el corazón abiertos para ver qué aprendo.

Pensadlo bien, me cortaba el pelo un marroquí y ahora un dominicano, el mejor maestro de guitarra que jamás haya tenido fue ruso, tuve un chamán espiritual lituano, compartí desayuno durante meses con un colombiano, almuerzo a diario con un serbio, practico francés con un africano, engraso mi inglés con un letón que vivió años en USA, polemicé sobre Dios y sobre los que hablan en su nombre con un peruano evangelista y enfermizamente devoto, el bajista de la banda de rock carcelera en la que toco es cubano, un gitano fue quien me dio mis primeras y únicas nociones de percusión con cajón, me tocó hacer de hermano mayor de un argentino, pelotudo pero buen tío; competí y perdí en una carrera con un ecuatoriano acostumbrado a correr maratones en Quito a tres mil doscientos metros de altura, encontré por fin a alguien con quien hablar de vientos, de ceñidas y de velas en un Colombiano enamorado del mar y monitor de kitesurf y entre mis alumnos he tenido rusos, letones, lituanos, bosnios, colombianos, argentinos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos, africanos, turcos, musulmanes y hasta un chino mandarín. Toda una amalgama de colores, costumbres, idiomas y anhelos entre los que siempre me he sentido cómodo y de los que no he dejado de nutrirme.

Nuestro origen nos une, sobre todo cuando estamos lejos de nuestra patria. Por eso es normal ver, casi siempre, juntos a los distintos clanes y normalmente dispuestos a protegerse entre sí, a defender su territorio, a reavivar sus costumbres, su idioma, sus recuerdos nativos… Si, también lo he llegado a pensar, para delinquir que se queden en su país, pero la vida es más complicada que todo eso y, al menos en este blog, vamos a dejar los juicios para los jueces, con sus aciertos y sus equivocaciones, es a ellos a los que les tocó juzgar en este mundo. 

Os voy a contar alguno de estos viajes peculiares para que os hagáis una idea. No son los únicos clanes que hay en la cárcel, también están los gitanos o los rumanos, por ejemplo, pero aquí me voy a centrar en los viajes que más he aprovechado.

Viaje al Magreb

Los musulmanes, en su mayoría procedentes de Marruecos y Argelia, son, sin duda, uno de los grupos más cerrados y, aunque no traté mucho con ellos, en estos años he llegado a entablar una relación estrecha con algunos. Es el caso de Khalifa, de Nourdine o de Rahal, cuya educación y valores me han sorprendido. Todos involucrados en funciones del módulo: en la peluquería, en el taller o en la limpieza. Los tres demostrándome en su desempeño y en el trato, una lealtad, una nobleza y una capacidad de trabajo que han terminado dinamitando algunos de mis estúpidos prejuicios. Hacen un té delicioso con una hierbabuena fresca que nos traen del huerto y degustándolo en largas tertulias con ellos me he acercado al islam, a su “Al-Lāh” y a su profeta, sin ánimo de comparación ni crítica, buscando entender, conocer y aprender. El cuscús ya era una de mis comidas preferidas y ahora, aquí en la cárcel, me he aficionado también a la “harira”, un nutritivo y delicioso cocido, básico en su dieta durante el Ramadán. Sus rezos en dirección a la Meca, hacia la alquibla, me recuerdan dónde está el Este, algo valioso en este lugar amurallado en el que no hay rastro de estrellas ni puestas de sol con las que orientarse.

 Viaje al Este

Los eslavos y los bálticos, más conocidos como “los del Este”. Entre ellos predominan los rusos y los polacos y, de manera excepcional, al menos en esta cárcel, también hay lituanos, letones e incluso un serbio. Los meto en el mismo saco porque, ciertamente, tienden a agregarse y porque entre ellos hablan todos en ruso y, de algún modo, a todos les cubre una especie de halo glacial. Si los conoces a fondo, salvo en la apariencia, pocas cosas tienen más en común. Los polacos suelen ser cristianos y muy devotos y los rusos ortodoxos y poco practicantes. A estos últimos los conozco mejor, porque hubo un tiempo en el que en mi trabajo me especialicé en el mercado turístico ruso y pude viajar muchas veces a Rusia e incluso hacer algún buen amigo. Me recuerdan a los vascos, suyos como ellos solos, de pocos, pero verdaderos amigos, orgullosos y arraigados y con un aire de superioridad que no siempre es fácil gestionar y que me ha llevado a tener largas discusiones, a veces con alusiones a la historia. Los serbios en este aspecto son iguales pero elevados a la enésima potencia. M, de quien ya os he hablado, es el único serbio al que conozco y me parece un tipo excepcional. Le he prometido visitar Belgrado en cuanto pueda. Han sido generosos conmigo y les estoy agradecido, ya os he dicho que no se suelen abrir y conmigo lo han hecho. He conocido mejor su historia, su manera de pensar y ya os dije que estoy intentando aprender algo de ruso, aunque con poco éxito, para qué engañarnos.

Viaje a Sudamérica

Los latinos, sobre todo ecuatorianos, peruanos, bolivianos y colombianos. Conocidos también aquí, tristemente, como “payoponis” o “tiraflechas”. También hay algún dominicano, pero estos van a su bola, como si siguieran en su isla caribeña. He trabajado mucho en estos países, especialmente en Perú y Ecuador, pero es cierto que siempre me he movido en un mundo entre funcionarios o directivos, normalmente cultos y que, por lo general, eran clientes que contrataban servicios a un europeo, siempre respetuosos, pero, a veces, incapaces de evitar que asomara en su talante un atávico resentimiento, enfatizando la idea de “no te olvides que yo te contrato. Tu trabajas para mi y ahora soy tu jefe”. Como una sutil y tardía venganza por nuestra colonización. Sin embargo, los que me rodean ahora son casi todos de humilde procedencia y de humilde actitud, gente que intentó alcanzar el sueño europeo por oscuros subterfugios y que han terminado aquí dentro o segundas generaciones de emigrantes que se han enredado en una banda, en el alcohol o en ambas cosas. Nuestra lengua materna y nuestra religión nos conectan de algún

modo y, me parece que, por esa razón, no son tan cerrados como otros clanes, aunque es cierto que se les suele ver siempre juntos. Son participativos en las tareas del módulo y, a veces, despunta alguno con un carácter especialmente rebelde en el que despierta ese indio indómito y resentido con la historia del que os hablaba. Se quedan bastante sorprendidos cuando les pregunto con interés por alguna ciudad, por alguna receta o por algún lugar de su tierra que me dejó sin aliento. Desde aquí saludo con mucho cariño a mi amigo Patricio, que me lee desde la distancia, me acogió en su casa de Quito y me enseñó el “Mashpi” en plenos Andes, espero que pronto sigamos compartiendo proyectos. Y a José, de Arequipa, con quien compartí proyecto en una mina de Antapaccay y que tanto me enseñó acerca de la historia de Perú y su gastronomía.

Viaje a África

Fuertes y esbeltos, con su piel de ébano y una pena asomando en el semblante. Todos son hijos de una huida desesperada, pero también digna y valiente. Todos son hijos de una necesidad que no sé si soy capaz de imaginar. Casi todos padres de familia, luchadores hasta el extremo y me atrevo a decir que la mayoría han acabado aquí dentro por pura desesperación. Casi todos ellos arrastran una odisea de patera, alambrada y muerte que se ha quedado agazapada en su mirada. 

Los que me he cruzado en esta aventura provenían de Senegal, Mali o alguna de las Guineas. Entre ellos hablan en francés. Trabajan de una manera avezada y humilde, sin hacer ruido. No los verás nunca en el gimnasio, pero están más fuertes y esbeltos que ninguno de nosotros. Normalmente exhiben su alegría innata con timidez, con contención y, a fuerza de golpes, siempre albergan algún tipo de desconfianza. Con quien más relación he tenido es con Kanté, podríamos decir que soy su escribiente, además de su amigo. El pobre es analfabeto y aquí, para mover cualquier cosa, es necesario tirar de boli e instancia. No habla español, así que nos arreglamos con mi francés en pañales. Tiene a su mujer y a sus tres hijos pequeños en su país de origen, Guinea Conakry. Ejemplifica en sus huesos el drama de tantos hombres que se jugaron la vida para llegar a Europa, dejando atrás su patria y sus raíces para poder salvar a su familia de la pobreza extrema, de la guerra o de algún otro monstruo. Ayer consiguió hablar con ellos tras varios meses sin contactar, todo un triunfo que compartió conmigo enseguida, un alborozo que asomó a sus ojos en forma de lágrimas de alegría y que celebramos con una merendola que me agencié en el economato y de la que dio cuenta como si fuera un manjar. Pondría la mano en el fuego por este tío y si pudiera le daría trabajo ahora mismo, porque sé que no me equivocaría. Espero que salga pronto y podamos vernos para celebrar que somos libres.

Me he arrepentido de muchas cosas en la vida, pero jamás me he arrepentido de un viaje. Todos los viajes me han dejado algún tipo de huella, estos que emprendí en la cárcel también lo han hecho. Un recuerdo indeleble y un recuerdo que jamás olvidaré.

Viajar por dentro

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10 libros sobre la cárcel escritos desde una celda

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