Ensayo sobre el silencio

Ensayo sobre el silencio

“Nunca he pensado tan bien como cuando he estado prisionero dentro de un barco, bloqueado por el hielo durante largos meses, en la interminable noche polar del Artico.”

H. V Sverdup - Oceanógrafo Escandinavo.

En medio de otra larga noche de reclusión, en el epicentro mismo de mi condena, escribí un ensayo sobre la libertad. Aquella noche, sentí una necesidad irrefrenable de dejar constancia de mi perspectiva sobre algo tan bello y de lo que me habían privado. Me levanté en un desvelo de esos de celda que no puedo explicar y que no le deseo a nadie, cogí mi libreta y me puse a escribir. Lo hice compulsivamente, a borbotones, sobre la siniestra sombra de los barrotes arañando el escritorio.

Hoy, me he vuelto a desvelar, también de madrugada, atosigado por una idea que me ronda hace tiempo. Algo que en este instante reina en mi cabeza y en mi corazón y me envuelve por completo; el silencio. Puede que estéis pensando que he desayunado algún tipo de hongo alucinógeno y no os culpo, lo cierto es que yo mismo, cuando escribo estas cosas, me siento un poco como si la cárcel, hubiera conseguido sacarme un poco de mis casillas, incluso de mi época, de lo que sería un forma de pensar más propia de mi generación. También puede parecer que todo es crecimiento espiritual y fortaleza, pero quiero que quede claro, que aunque haya encontrado algo de eso aquí dentro, también encuentro, cada día, un profundo desaliento, y una desconsoladora sensación de haber sido despojado de mi mundo y que a ratos me dejan en una especie de coma emocional.

Recuerdo el énfasis que mi abuelo Teodoro ponía en la idea del silencio, algo que sólo he entendido en profundidad tras pasar por horas de soledad y de celda. “Manda cojones” como decía él. Siempre le adoré, solíamos tener charlas trascendentales, de las que siempre extraía alguna perla. Era un tipo bueno, como decía Machado, en el buen sentido de la palabra bueno, nostálgico de otra época, conservador con destellos de progre, generoso hasta olvidarse de él y terco como una muía. En su mesita de noche siempre tenía el Kempis, un libro de meditaciones verdaderamente inspiradoras, escritas en el S. XV por el fraile Thomas de Kempis, del que mi padre, en una de sus cartas me volvía a hablar seleccionándome este pasaje:

“La limpia conciencia fácilmente se sosiega. No eres más santo si te alabaren, ni más vil si te despreciaren. Lo que eres, eso eres; ni puedes ser dicho mayor de lo que Dios sabe que eres dentro de ti, no tendrás cuidado de lo que defuera hablen de ti”

Me parece estar viéndolo, en una de esas tardes lamentablemente escasas, en las que dejaba de ser invisible y en las que por fin me sentaba con él, frente a la mesa camilla, casi vencido por la vejez, encorvado en una silla de ruedas que tuvieron que imponerle a la fuerza, como a un niño. Con su delgadez enfermiza, su pelo ralo, coquetamente repeinado hacia atrás y su bigote de nieve, ya mustio pero eterno. En su mirada, una bisoñez propia de un adolescente enamorado. Resuelve crucigramas con su habilidad fosilizada pero con empeño profesional, convencido de que así tapona la terrible hemorragia de su memoria. Entre esa corriente de recuerdos que se escurren, con sus dedos inciertos, busca mi mano como asegurándose de que estoy ahí, y cuando la tiene bien cogida, me pregunta una vez más con una voz casi inaudible:

- ¿Sabes cuántos años tengo ya Satín?

- Si yayo, tienes 92 y estás hecho un chaval

Entonces, tras un silencio solemne, se gira con gran esfuerzo para mirarme y con una sonrisa invencible, me dice:

- Satín, escúchame bien, pregúntale al silencio cuando tengas dudas y esfuérzate por conocerte, sólo así podrás llegar a ser quien eres de verdad.

En ese momento me extrañó la profundidad de sus palabras, así a bocajarro, sobre todo porque tenía la costumbre de deslizar los conceptos trascendentales o filosóficos entre chistes o conversaciones banales. Recuerdo esa conversación porque fue la última, entonces yo no lo sabía pero ahora comprendo que con ese mensaje, me estaba legando una fortuna.

Huimos del silencio. Lo tememos. No lo dominamos. No sabemos qué hacer con él. Siempre andamos escondiéndonos detrás de algún entretenimiento que lo espante. Perseguimos cualquier señal que nos pueda sacar del ensimismamiento, por si lo que allí encontráramos, no nos gustara. Siempre a la huida, llama a alguien, pon música, enciende la tele, ve al gimnasio, coge un libro, abre Instagram, ponte a cocinar, juguemos a la play. Apagamos el silencio porque pensamos que pasar tiempo allí es algo así como perder el tiempo, empezando por mi, que siempre ando buscando algo con lo que engañar a mi hiperactividad.

Sólo buscamos el silencio para llegar al sueño, cuando queremos un momento de paz, (sólo un momento), cuando nos duele la cabeza. Sin embargo, cuando nos llega de pronto, cuando nos invade con su profundidad, cuando se nos presenta por sorpresa, no sabemos cómo usarlo y lo acabamos menospreciando.

Desde que medito he empezado a prestarle atención y ahora, en esta celda del demonio, he encontrado por fin el sentido aquel mensaje de mi abuelo. Al fin y al cabo, en versión castiza, me estaba diciendo lo mismo que el maestro budista Deepak Chopra en su “ley de la potencialidad pura:

“Entraré en contacto con el campo de la potencialidad pura dedicando algún tiempo cada día a guardar silencio, simplemente a ser.”

Ahora me obligo a explorarlo a fondo, de tanto enfrentarme a él le he tomado cariño. No es fácil por que no estoy acostumbrado y además soy un melómano empedernido, siempre ando poniéndole música a la vida. Ahora, me sorprendo anhelándolo y le busco donde nunca antes. En él despliego la oración medito y, cuando medito, intento hacer callar el diálogo interior, intento dormir al “mono loco del pensamiento”, pongo todo mi esfuerzo en ser, en tomar conciencia plena de cada instante. Encuentro calma. El silencio es uno de los hijos más amables de la soledad, esa soledad a la que en esta etapa de mi vida tanto me he tenido que enfrentar. No solía permanecer en silencio, ahora en cambio, me detengo a escucharlo, me acomodo en él, lo conservo, lo inspecciono. Lo imagino declinándose en bosques, en orillas, en noches de verano, en tardes naranjas y en amaneceres cubiertos de rocío. Piénsatelo dos veces antes de romperlo. Dale oportunidades.

En efecto yayo, el silencio es donde uno llega a ser quien es en realidad. Donde se produce la reunión sagrada con uno mismo. Es el espejo en el que puedes encontrar el más claro y nítido reflejo de ti mismo y que ahora busco un rato cada día. Es el lugar donde me di cuenta de que los hombres de verdad, no nacen cuando los alumbran sus madres, sino cuando se paren a sí mismo y cuando lo hacen para actuar con valentía ante los envites de la vida.

El silencio es una pizarra en blanco en la que todo está por dibujar. Donde al meditar buscas conseguir silenciar tu diálogo interior y simplemente ser, o también puedes eliges a quien oír, a quien hacerle caso, si al héroe o al villano, al leal o al traidor, al honesto o al mentiroso, al valiente o al cobarde. El silencio es un camino, una pista de despegue. Un artilugio divino para llegar a ti mismo. Porque antes de reclamar tu lugar en el mundo, antes de anunciarlo a voz en grito, hay que buscarlo en silencio.

Allí he librado y libraré las batallas más duras, donde mi alma y mi instinto se pelean cada día. Allí resuelvo las crisis de fe en mi buen Dios y en mí mismo. Allí, en ese lugar de quietud que ahora me envuelve y en el que un día, cuando él lo quiera, descansaré para siempre.

Running en prisión

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El cabo batería

El cabo batería